≡ Menu

Sobre el hombre, la naturaleza, la verdad y la justicia | On Man, Nature, Truth, and Justice

Oscar Grau has translated into Spanish Hoppe’s speech On Man, Nature, Truth, and Justice (2015). This was a conference recorded at the Mises Institute.

For more Spanish translations, click here.

Sobre el hombre, la naturaleza, la verdad y la justicia

La conferencia conmemorativa de Ludwig von Mises, auspiciada por James Walker. Grabada en el Austrian Economics Research Conference en el Instituto Mises en Auburn, Alabama, el 14 de marzo de 2015.

Creo que es tan importante como nunca estudiar a Mises cuidadosamente y no siempre intentar ir sobre y más allá de él, lo cual es usualmente infructuoso. Aprender lo que Mises ha dicho es en mi opinión aún la obligación más importante que tenemos. El último libro que Mises escribió fue The Ultimate Foundation of Economic Science, un ensayo sobre el método y ya que yo mismo ya estoy en una avanzada edad, también yo he estado trabajando y descansando alternadamente por una cantidad de años en un ensayo sobre el método, y probablemente esto todavía tome un tiempo antes de que esté terminado, pero quiero darles una pequeña mirada de lo que estoy tratando de hacer ahí en esta conferencia sobre el hombre, la naturaleza, la verdad y la justicia.

Es posible explicar y describir al hombre en términos puramente naturalistas de la misma manera en que explicamos y describimos a las rocas, las plantas y los animales, es decir, en el lenguaje de la física, la química, la biología, la genética, la neurología, etcétera. Pero una explicación puramente naturalista del hombre, aunque completamente legítima e incluso si es cierta, debe fracasar en captar la esencia del hombre. Es decir, lo que hace al hombre único y lo distingue de todas las otras cosas; de las rocas, las plantas y de los animales. Este es el caso que puede ser fácilmente reconocido preguntándose a uno mismo qué es lo que uno está haciendo cuando se debate la cuestión que estamos tratando, que es la naturaleza del hombre. O, de hecho, cualquier otra cuestión. La respuesta: Nos comunicamos entre nosotros con palabras y oraciones significativas, presentamos argumentos y lo hacemos con el propósito de tener éxito con la argumentación; de alcanzar un acuerdo con respecto a la validez de un argumento o la verdad de un enunciado.

Pero es obviamente imposible dar una explicación naturalista de esta innegable parte de la naturaleza humana, concretamente de palabras comprensibles, enunciados, argumentos, intenciones, propósitos, verdades, falsedades, del éxito y del fracaso. No existe ningún propósito, nada significativo, verdadero, falso, exitoso o infructuoso en la naturaleza. La naturaleza y las leyes de la naturaleza son lo que son y funcionan de la manera en que funcionan inalterable e indefectiblemente. Sin embargo, las proposiciones o los enunciados humanos son intencionales, son comprensibles, son verdaderos o falsos, y eso significa que todo significado y todas las verdades son en el sentido más fundamental significados y verdades para el hombre, en vez de opiniones sobre significados y verdades. Por lo tanto, cada científico natural, ya sea biólogo, fisiólogo, químico, genetista o neurólogo, que afirme que el hombre puede ser reducido a nada más que a la naturaleza, se enreda en una contradicción. Debo enfatizar que hoy en día existen muchos científicos que tratan de hacer precisamente esto, es decir, reducir al hombre a nada más que a la naturaleza. Quiero demostrar por qué esto es una pretensión contradictoria.

Por un lado, la persona, este científico que intenta reducir al hombre a la naturaleza, se expresa y escribe sobre eso, es decir, sobre el hombre como naturaleza, del cual este científico afirma que es el único hombre que existe, y que no tiene propósitos ni significado y nada sobre sus procesos internos es verdadero o falso, exitoso o fallido. Todo funciona de la manera en que funciona de acuerdo con leyes causales inalterables e infalibles. Incluso la vida y la muerte no tienen significado. La muerte y el deterioro corporal no pueden falsear ninguna ley causal, tampoco la vida confirma estas leyes. Las mismas leyes de la naturaleza se mantienen igualmente para la vida y la muerte. La vida y la muerte no son un éxito o un fracaso hasta donde concierne al hombre como naturaleza, son simplemente eventos moral o valorativamente neutrales. Pero sin embargo, por otro lado, él, este mismo científico —que intenta reducir al hombre a la naturaleza— que obviamente se considera a sí mismo un miembro de la categoría del hombre, persigue un objetivo al llevar a cabo su investigación sobre el hombre como naturaleza. Él realiza operaciones deliberadas y debe utilizar enunciados significativos para describir los resultados de su investigación respecto a pareceres de procesos y materiales naturales insignificantes. Él afirma que estos resultados son ciertos antes que falsos, y dado su propósito, considera su investigación un éxito o un fracaso. Y para él, en contraste con el hombre como naturaleza, la muerte y los malos funcionamientos corporales sí tienen un significado y son ciertamente fallos y malos funcionamientos. Pero tienen significado y son fallos o malos funcionamientos solamente en la medida en que están relacionados a un propósito humano. El propósito de querer preservar la vida y prevenir la muerte. Querer preservar la salud como algo bueno y prevenir la enfermedad o la muerte como algo malo.

En vez de una innecesaria e incompleta explicación naturalista del hombre, a continuación quiero presentar lo que uno puede denominar una explicación culturalista del hombre, que refleje lo que la explicación naturalista deja de lado y de este modo dilucidar lo que distingue al hombre de todo lo demás.

Y ya hemos obtenido un punto de partida no naturalista desde el cual podríamos empezar este cometido, más precisamente lo que llamo «el a priori de la argumentación». El hombre innegablemente puede argumentar, no solamente es argumentar lo que hacemos aquí y ahora. Simplemente no existe otro punto de partida disponible porque cualquier cosa que podamos elegir como tal punto, no podemos sino hablar y argumentar sobre este punto. No podemos negar que la argumentación debe ser el punto de partida de todos nuestros cometidos intelectuales. Y debe ser el punto de partida de todas las discusiones sobre el hombre sin caer en alguna —a explicar enseguida— forma de contradicción.

Ahora, partiendo desde el a priori de la argumentación como mi necesario e innegable, y por eso, punto de partida a priori verdadero, a continuación mi plan es explicar todo lo que ya está implícito en este a priori y que por lo tanto, debe ser del mismo modo considerado a priori verdadero. Es decir, mi siguiente argumento tiene como objetivo establecer y dilucidar lo que deber ser presupuesto al argumentar, es decir, lo que argumentando uno debe aceptar como más básico y más elemental que la argumentación. O como el fundamento preargumentativo de la argumentación. Si quieres, lo que hace la argumentación absolutamente posible.

Cuatro profundizaciones inmediatas vienen al instante a mi mente cuando tratamos de hacer algo como esto.

Punto 1 – Primera profundización: La argumentación presupone la acción. La acción se da antes de la argumentación. Toda argumentación es acción y todo quien argumenta sabe qué es actuar, pero sólo muy pocas acciones son argumentaciones.

Punto 2 – Segunda profundización: Incluso la mayoría de nuestros actos del habla —es decir, actos acompañados por palabras— no son argumentaciones. La utilización del lenguaje para otros propósitos no argumentativos también sucede antes y es presupuesto por la argumentación.

Punto 3 – Tercera profundización: De hecho, durante la mayor parte del tiempo no hablamos en absoluto cuando actuamos. Actuamos en silencio y el acto silencioso también sucede antes y presupuesto por la argumentación.

Punto 4 – Cuarta profundización: El discurso argumentativo es infrecuente y tiene el propósito especial y el objetivo de resolver desacuerdos con respecto la verdad de ciertas proposiciones o la validez de ciertos argumentos.

Ahora, desarrollando todos estos puntos.

Ya que la mayoría de ustedes están familiarizados con el trabajo de Mises, puedo ser breve con respecto al primer punto.

Punto 1

Argumentar es un caso especial de acción. Todo lo que pueda ser dicho sobre las acciones en general, se aplica también al caso especial de la argumentación. Como todas las acciones, por ejemplo, la argumentación se da lugar en el tiempo y el espacio y está limitada por la escasez y el tiempo. La argumentación es también una actividad motivada y con propósito, y así sucesivamente. Pero, como dije, no todas las acciones son argumentaciones, la argumentación es una actividad sui géneris.

Punto 2

Si bien argumentar es también una forma de comunicación —es decir, el lenguaje usando la acción— que aspira a la coordinación exitosa de acciones de la comunidad de los hablantes, la mayoría de las acciones comunicativas no es argumentativa, es decir, expresiones que no tienen que ver con la clarificación de alegaciones de la verdad. En realidad, incluso la petición o la sugerencia para entrar en una discusión no es aparentemente en sí misma una proposición o argumento correcto o incorrecto, sino que es simplemente una petición o una sugerencia. Lo que demuestra que la argumentación no argumentativa se da y debe haber sido aprendida temporal y lógicamente antes que la argumentación. Más fundamentalmente antes que pudiésemos realizar una argumentación, debemos haber sabido o aprendido como mínimo cómo usar palabras para recurrir a alguien y cómo indicar o atraer la atención o referirnos a algo para ser hecho o esperado. No tendría sentido negar esto porque el proponente de este argumento ya debe haber presupuesto precisamente estas habilidades como dadas a priori tanto para él mismo como para su oponente.

El a priori de la argumentación entonces implica como su fundamentación y presuposición lógica y práctica —o praxeológica— el a priori de la acción comunicativa.

Analíticamente en cualquier tipo de discurso humano, o acto del habla o acción comunicativa, podemos distinguir dos partes o constituyentes categóricamente distintos. Por un lado, todo discurso tiene una parte proposicional, ahí adentro hay algo manifestado considerando ciertos hechos, lo que se dice sobre lo que estamos hablando. Y por otro lado, todo discurso tiene lo que se denomina una parte locutora o performativa en la cual el hablante coloca la parte proposicional de su discurso dentro de un contexto social o interactivo comentando, por así decir, a otros hablantes qué entender de su discurso.

Un contenido proposicional —el mismo contenido proposicional, por ejemplo— como «Esta es una banana» puede ser presentado en varios modos performativos tales como:

– ¿Es esta una banana?

– Te prometo que es una banana.

– Esta es mi banana.

– Toma esta banana.

– Estoy contándote una historia sobre una banana.

– Estoy ordenándote a deshacerte de esta banana.

Y así sucesivamente.

Hablar es entonces siempre más que una mera declaración de hechos, siendo los hechos aquello sobre lo que se trata la proposición. Implica siempre e invariablemente que un contenido proposicional dado es pronunciado y ubicado en un modo performativo específico.

Por consiguiente, el éxito o fracaso de una acción comunicativa con el fin de coordinar depende de una doble consecución: La compresión del contenido proposicional del discurso y la aceptación del modo de proponer lo que estés diciendo.

La coordinación es exitosa si te pido que me traigas una banana y tú me traes una. Es infructuosa si no sabes el significado de «banana» o «traer» y me traes un oso de peluche, o si respondes a mi pregunta diciendo, por ejemplo: «Tengo 60 años». Lo que indicará que no has entendido por completo el propósito de mi discurso. Igualmente, la coordinación es infructuosa si entiendes lo que digo pero rechazas mi propuesta y contestas, por ejemplo: «No recibo órdenes de ti»; o «No tengo tiempo»; o simplemente te alejas de mí.

Además y de manera más importante, la coordinación infructuosa, o descoordinación, puede tener dos resultados posibles: una simple decepción o un serio conflicto.

Luego de que tú decepcionantemente te alejaras de mi solicitud y mi acto discursivo haya fracasado, ambos retomamos silenciosamente nuestras actividades normales como antes; yo con los medios bajo mi control y tú con los medios bajo tu control. Este es un caso de insatisfacción.

Por otra parte, se ocasiona un conflicto si en vez de que tú me traigas una banana —que sería una comunicación exitosa— o te alejaras de mí —que sería una comunicación insatisfactoria—, respondes, por ejemplo, sacando una navaja de mi mano contra mi voluntad o me tiras del pelo. También se ocasionan conflictos si respondo a tu frustrante rechazo siguiéndote contra tu voluntad hasta tu casa —la casa sobre la cual tenías previamente control indiscutible—. En ambos casos entraremos en conflicto porque queremos utilizar los mismos medios, concretamente la navaja, el pelo, la casa, para propósitos incompatibles. A causa de la escasez de medios físicos solamente un propósito puede ser realizado y satisfecho. Y entonces debemos entrar en conflicto.

Ahora permítanme detenerme por un momento para unas pocas observaciones empíricas críticamente importantes. Los logros de las ciencias sociales son frecuentemente menospreciados o incluso ridiculizados. Y en vista de la buena si no mayor parte de la sociología académica contemporánea, esta valoración es ciertamente bien merecida. Aunque esto no debe cegarnos a la hora de notar algunos hechos bastante obvios. Debe seguramente percibirse como tranquilizador y reconfortante ver que gran parte si no la mayor parte de nuestra acción comunicativa o nuestro acto del habla es exitosa; en ser a la vez entendidos y aceptados por lo que son. Mucha más comunicación es exitosa que infructuosa. Y si la comunicación no es exitosa y fracasa en el alcanzar su objetivo de coordinación interpersonal, estos fracasos son mayormente meras decepciones. La comunicación fallida en la forma de conflicto es un hecho comparativamente infrecuente y su notoriedad es derivada precisamente de esta infrecuencia.

Por lo general somos sumamente exitosos como hablantes en lograr la coordinación, y si hablar es y hace por nosotros en el mundo social —constituido por otras personas y sus acciones— lo que la ingeniería es y hace en el mundo natural —constituido por rocas, plantas, animales y sus comportamientos—, entonces debemos llegar efectivamente a la conclusión de que somos bastante exitosos como «ingenieros sociales», más precisamente como personas influyendo la coordinación por medio de palabras y el discurso.

Asimismo, incluso si la acción comunicativa fracasa a veces en lograr la coordinación, tenemos un método para aprender y mejorarla. Podemos intentar clarificar nuestras palabras participando en cierta actividad lúdica donde aprendemos cómo las palabras se aplican en ciertos contextos y así sucesivamente. No entraré en detalles en cuanto a esto.

Regresaré al tema de la argumentación pero antes, primero, también se debe prestar atención al acto silencioso o sin habla y al propósito categóricamente distinto de la acción comunicativa frente a la acción instrumental.

Punto 3

La mayor parte de lo que hacemos en nuestras vidas son acciones silenciosas o sin habla, de hecho, así como la acción comunicativa sucede antes y es presupuesta por la argumentación, del mismo modo la acción silenciosa también sucede antes y es presupuesta por la acción comunicativa. Por un lado, esto es revelado por el hecho de que de niños aprendemos a actuar antes de aprender a hablar y usar palabras para identificar y describir nuestras acciones como acciones. Y por otro lado, es revelado por el hecho de que cualquiera que sea la importancia que de otro modo la acción comunicativa pueda tener en la vida humana, el hombre que actúa no puede vivir y sostener su vida solamente por medio de palabras, debe primero transformar la naturaleza para producir bienes materiales para el propósito final del consumo para luego encontrar el tiempo para participar en la comunicación o argumentación.

Vestirse, comer, cocinar, trabajar, observar, plantar, cosechar, construir, medir, contar, limpiar, reparar, manejar, tomar, etcétera, son todos ejemplos de acción silenciosa. En todas estas actividades seguimos metódicamente procedimientos prácticos ordenados de cómo usar bienes físicos escasos con el fin de lograr un objetivo anticipado; a saber, estar vestido, haber cocinado, haber comido, y así sucesivamente.

Si consultados, y a modo de reflexión, podríamos dar cuenta de nuestras acciones en términos de palabras significativas y oraciones, sobre sus propósitos, sobre los medios que usamos y sobre los procedimientos que seguimos y aplicamos al usar tales medios. Y otros hablantes podrían, en principio, entender estas cuestiones porque estamos todos unidos en un lenguaje común aprendido a través de una práctica común, en lo que Wittgenstein llamó «juego del lenguaje».

Pero somos silenciosos porque juzgamos el éxito o el fracaso de nuestras acciones como independiente de cualquier esfuerzo comunicativo. De otra manera la comunicación tendría que ser parte del procedimiento que conduce al éxito. Nos quedamos en silencio porque consideramos el éxito de nuestras acciones como dependiente sólo de nosotros, como si fuésemos la única persona en el mundo. Como si nos paráramos en una relación monológica con el mundo y fuéramos los únicos jueces del éxito y el fracaso.

Como ya mencionado, cada actividad instrumental o sin habla implica el uso de bienes físicos escasos al alcance y bajo nuestro control, con el propósito de transformar o reorganizar el mundo físico material alrededor de nosotros en otro anticipado arreglo (o configuración) futuro más altamente valorado de su entorno material. En esto, siempre somos guiados por algunas ideas o conocimiento en la forma de procedimientos de acciones. Si alcanzamos nuestra meta, nuestros procedimientos son considerados correctos y se puede decir que el conocimiento contenido en ellos es verdadero. Si fracasan y no logran nuestra meta, los procedimientos son obviamente incorrectos y nuestro conocimiento es considerado falso o insuficiente. Curiosamente, como resultado de los escritos de estas figuras intelectuales prominentes como Willard Van Omar Quine, Thomas Kuhn o Paul Feyerabend, el relativismo y escepticismo que es característico de gran parte de los filósofos de las ciencias sociales también se ha arraigado cada vez más en la filosofía de las ciencias naturales.

Incluso en las ciencias naturales, estos autores por lo menos afirman, en sus distintas maneras, que no existe ningún fundamento sólido y ningún progreso metódico ni sistemático, y por consiguiente, la posibilidad de cualquier incremento de conocimiento debe ser considerada dudosa o puesta en duda. En lugar de eso, estos autores realizan bastante de lo que llaman «la indeterminación de interpretación de la relatividad ontológica de la inconmensurabilidad de pirámides y del anarquismo metodológico».

A la luz de lo que ya ha sido mencionado sobre el rol del conocimiento como una herramienta mental en la persecución de la acción instrumental exitosa y la transformación intencional de la naturaleza en cultura, estas perspectivas relativistas, así sean hoy en día tan populares o refinadas, deben ser consideradas fundamentalmente erradas. De hecho, como mostraré en un momento, deberían parecerle a uno nada menos que absurdas.

Para uno parecería ser obvio que la mayor parte del mundo a nuestro alrededor, y cada vez más, no es naturaleza pura o un entorno dado por la naturaleza. Sino que, en vez de eso, está constituido de bienes o recursos manufacturados. Estamos rodeados de casas, calles, granjas, fábricas, mesas, sillas, tostadoras, teléfonos, tubos, cables, autos, botes, servilletas, baños, papeles, etcétera.

Casi nunca en nuestra vida diaria nos encontramos con la naturaleza pura. Lo que en cambio encontramos casi exclusivamente es un mundo de cultura hecha por el hombre, de objetos artificiales diseñados para un propósito específico. Con importancia, pero también regularmente desapercibido por filósofos relativistas de las ciencias naturales, los científicos naturales particularmente no abordan la naturaleza con sus manos desnudas como su trabajo, sino con la ayuda de bienes manufacturados intencionalmente. Para realizar sus observaciones de la naturaleza, utilizan superficies hechas por el hombre, planos, reglas, líneas, puntos, ángulos, círculos, curvas, relojes, escalas, calculadoras, microscopios, telescopios, mecheros, máquinas de rayos X, termómetros, etcétera. Sin estos instrumentos no habrá ninguna observación, y sin el adecuado funcionamiento de estos instrumentos sus observaciones no serán observaciones científicas.

Asimismo, cuando sea que el científico natural lleva a cabo un experimento, debe, con el fin de aislar el efecto de una variable sobre otra, mantener constantes otras variables, es decir, debe diseñar y configurar artificialmente la naturaleza para solamente entonces generar su información. Y otra vez, esta información es únicamente información científica si el experimento fue diseñado y llevado a cabo adecuadamente. De hecho, incluso las crudas o llanas observaciones tales como la del testigo presencial, por ejemplo, requiere que el observador esté adecuadamente ubicado y situado frente al objeto observado y, por lo tanto, sus observaciones también son información generada artificial o intencionalmente.

Además, empírica e igualmente obvio, la mayoría de nuestras acciones involucrando bienes manufacturados y la mayor parte de la información producida de los científicos naturales resultan ser funcionales y válidas. La mayoría de los productos utilizados en nuestra vida diaria funcionan precisamente como están destinados a hacerlo. La casa sí da albergue, la tostadora tuesta, el teléfono suena y transmite sonidos distantes, los autos viajan sobre calles hechas para manejar, las sillas nos permiten sentarnos, la mesa se queda quieta y provee una superficie plana, los alambres sirven como cercas o transmiten electricidad, los tubos llevan adentro aire, agua, gasolina o gas, etcétera, etcétera.

Entonces, los procedimientos que conducen a estos productos deben ser procedimientos correctos. Lo que estos procedimientos nos cuentan debe ser conocimiento verdadero de la naturaleza y sus maneras, porque nos llevan al éxito instrumental. Y juzgado por el gran número y la variedad crecientes de diferentes bienes producidos artificialmente alrededor de nosotros, hemos descubierto y acumulado obviamente más y más procedimientos correctos y conocimiento de la naturaleza (demasiado para el escepticismo de los científicos naturales sobre los progresos; pienso que esto es simplemente irrisorio, toda esta moda).

Por supuesto que también es cierto que a veces fracasamos en nuestras acciones instrumentales; la casa, la silla o la mesa colapsan, el teléfono permanece en silencio, el alambre se quiebra o el tubo gotea; fracasamos en cumplir nuestros propósitos. Sin embargo, incluso en el comparativo caso infrecuente donde no logramos nuestro objetivo, no solamente reconocemos inmediatamente que fracasamos, también atribuimos este fracaso exclusivamente a nosotros y a una fórmula fallida o aplicada incorrectamente, es decir, a nuestro conocimiento deficiente o a su aplicación incorrecta. Nosotros no culpamos a la naturaleza. La naturaleza, como he mencionado antes, es de la manera que es.

Lo que distingue a una casa, silla, mesa, tostadora, auto o bote funcionales, o lo que sea, de los inservibles no es la naturaleza o las leyes de la naturaleza, ellas se mantienen ciertas y se aplican igualmente a ambos implementos, funcionales y descompuestos. Lo que los distingue es la presencia de un propósito humano, es decir, el hecho de que sólo una firme casa, silla o mesa, o una funcional tostadora y un bote navegante son juzgados por nosotros como un éxito; mientras que uno descompuesto es considerado un fracaso. Ambos, el éxito y el fracaso se deben a nosotros y a nuestra correcta o incorrecta fórmula de construcción. Todo esto también se aplica a los científicos naturales, sus instrumentos, sus manufacturadas superficies, reglas, círculos, relojes, escalas, calculadoras, termómetros, etcétera, también funcionan mayormente y lo hacen de la manera en que se supone que deben hacerlo; la regla traza, el círculo circuye, el reloj cronometra y la calculadora calcula.

De igual manera, el diseño y la construcción de los científicos naturales de experimentos controlados es rutinariamente exitoso. Los procedimientos de construcción para estos instrumentos y las disposiciones artificiales deben entonces ser correctos, y el conocimiento materializado en ellos debe ser verdadero. Es también obviamente posible, aun cuando comparativamente infrecuente, que los instrumentos de los científicos naturales fracasen para lo que están diseñados a hacer. La regla, el círculo, el reloj, la calculadora, el termómetro están descompuestos, o un experimento ha salido fuera de control. No obstante, en este caso el científico natural también ha de descubrir rápidamente no sólo que fracasó, también sabe que el fracaso recae en él y su fallida o incorrecta fórmula de construcción aplicada. La regla rota, el círculo roto o la calculadora descompuesta son tan partes de la naturaleza y se comportan de acuerdo a leyes naturales como también una regla, un círculo o una calculadora adecuadamente funcionales.

Es solamente el científico natural, dependiendo del propósito de su investigación, quien hace la distinción entre implementos descompuestos o adecuadamente funcionales. La regla no sabe, por así decir, cómo medir, y la calculadora no sabe cómo calcular, es decir, distinguir los cálculos o medidas correctos de los incorrectos, como la existencia de las reglas rotas y calculadoras descompuestas demuestra decisivamente. Es el científico quien sabe cómo medir y calcular correctamente y de este modo también distinguir entre las reglas y calculadoras fallidas y las funcionales. Similarmente, es solamente el científico y no el experimento en sí mismo quien determina si algo fue un experimento exitoso reproducible o no. Además, cuando sea que los instrumentos de los científicos naturales, su regla, círculo, calculadora, etcétera, fallan o su experimento va mal, él en particular también sabe dónde está el error y qué necesita ser mejorado o arreglado en los procedimientos de construcción de sus herramientas o sus diseños experimentales.

Para reiterar, la verdad y la búsqueda de la verdad son entonces nuestro método y nuestro medio para la obtención de nuestros fines, es decir, del éxito instrumental. No buscamos opiniones sobre la verdad, buscamos la verdad porque conduce al éxito y es un requisito del mismo. Cuantas más fórmulas correctas (verdaderas) sabemos, más acciones podemos realizar con éxito.

Ahora viene el cuarto punto.

Punto 4

Esto me regresa a la argumentación como una actividad sui géneris. Aunque las fórmulas que seguimos en nuestra acción silenciosa pueden ser correctas o incorrectas, raramente debatimos, si lo hacemos, si son una cosa o la otra. Si son correctas, conducen al éxito; si son incorrectas, conducen al fracaso. La decisión es siempre fácil, la prueba está en probar. Los juicios públicos largos como el de Galileo Galilei no se necesitan para decidir en el campo de la fabricación y la ingeniería. No existe ninguna necesidad para un debate público sobre qué fórmulas seguir para construir una superficie plana, una regla, un triángulo, un círculo, un ladrillo, una pared, una casa y así sucesivamente. Todos pueden intentar y ver las consecuencias por sí mismos. Y por esta íntima conexión de la verdad y el éxito, las nuevas y mejoradas fórmulas, una vez que se hacen conocidas, son rápidamente sin mucha o ninguna discusión —sin fricción si quieres— adoptadas por otros actores como en su propio interés del éxito.

La necesidad por cualquier discusión extensa con respecto a las alegaciones de la verdad de varias fórmulas —es decir, para la argumentación— surge típicamente sólo en conexión con conflictos. Es decir, la primera vez que discutimos y debatimos seriamente asuntos sobre la verdad, si algo es realmente cierto o no, es en discusiones referentes a asuntos de justicia, de lo correcto e incorrecto.

Tú y yo queremos usar el mismo y único bien para fines incompatibles, la simple conversación ha fracasado en lograr la coordinación, entramos en conflicto. Pero aún podemos discutir (argumentar). Y en cualquier caso es imposible argumentar consistentemente —es decir, sin caer en una contradicción— que no podemos hacer nada sobre nuestra aparente descoordinación excepto pelear. ¡Podemos hacer algo más! Como este mismo argumento —afirmando ser verdadero por sí mismo— demuestra manifiesta y definitivamente.

Podemos describir verbalmente las acciones conducentes a nuestro conflicto y podemos identificar dos alegaciones de la verdad incompatibles como la fuente de nuestro conflicto. Por ejemplo, «eres tú el justo propietario del bien en cuestión» —la navaja, el cabello, la casa o lo que sea— y por tanto tu plan procede a la ejecución; frente a «soy yo el justo propietario de este objeto» y por tanto mi plan se ejecuta y es implementado. Entonces, por medio de las palabras podemos instituir un juicio llevado a cabo en un lenguaje público, en el cual presentamos nuestras rivales alegaciones de la verdad con el propósito de encontrar una respuesta definitiva de: «sí o no», «verdadero o falso», «correcto o incorrecto»; es decir, la fórmula correcta (verdadera) que restaurará la coordinación y prevendrá futuros conflictos.

Y hemos descubierto dicha respuesta, lo que explica por qué los conflictos son comparativamente infrecuentes en nuestras vidas y la abrumadora mayoría de nuestras acciones, así sean comunicativas o silenciosas, se ejecutan pacíficamente, incluso aunque a veces decepcionantemente. La fórmula tiene que ver con la justa o la debida, o la verdadera o la correcta, propiedad —control exclusivo— de bienes físicos escasos. Prescribe que la propiedad justa de recursos o propiedades ha de ser establecida únicamente por la primera —es decir, sin oposición y libre de conflictos— apropiación y subsecuente transformación de tales recursos, o de lo contrario a través de una transferencia mutuamente acordada —y por esa razón igualmente sin oposición— de propiedad de un actor a otro.

«Siempre, en todas nuestras acciones o en todas tus acciones, utilice solamente aquellos recursos de los cuales te hayas primero apropiado y hayas producido sin oposición o que hayas recibido, en un intercambio acordado mutuamente, de otros que tienen la posesión sin oposición del bien en cuestión antes de ti».

Si sigues esta fórmula, el mundo estará aún lleno de sorpresas y decepciones, pero todos los conflictos pueden ser evitados desde el principio de la humanidad hasta su mismo fin. Por lo que en verdad sí sabemos la fórmula correcta de la evitación de conflictos, es revelada en el hecho de que en nuestras vidas diarias nos abstenemos rutinariamente a interferir en el uso de bienes que ya están bajo el control visible o notable de alguien más, y restringimos nuestras acciones a recursos sobre los cuales ya tenemos control.

Sin embargo, este conocimiento está en gran medida acostumbrado y es subconsciente. Y es sólo por la reflexión —es decir, hablando sobre las acciones y típicamente motivado por algún evento extraño de conflicto— que podemos no solamente verbalizar y formular estas reglas, o esta regla, sino que podemos reconocer además, a través de lo que es llamado argumento trascendental, que esta misma regla ya está implícita en, o más correctamente presupuesta por la argumentación. Es decir, que sigamos esta regla es lo que hace de la argumentación una acción sui géneris absolutamente posible, y por tanto, que su veracidad y validez como la fórmula de «diseñar» la coordinación social no puede ser negada argumentativamente sin caer en una contradicción performativa.

La argumentación es una actividad intencionada, no son vagos sonidos flotando libremente, son actos del habla dirigidos a la coordinación, más específicamente dirigidos a la coordinación mediante nada más que argumentos. Pero como una acción, la argumentación también implica el uso de bienes físicos escasos. Antes que nada, entre estos recursos está nuestro cuerpo físico, ambos, el proponente y el oponente de una discusión deben hacer uso de sus cuerpos para generar sus argumentos y participar en la argumentación. Yo debo usar mi cuerpo y tú debes usar el tuyo. Y mi propiedad justa de mi cuerpo y tu propiedad justa de tu cuerpo no pueden ser discutidas argumentativamente sin caer en la contradicción. Porque para argumentar de un lado a otro e imputar los argumentos a ti o a mí, como mis argumentos o como tus argumentos, tú y yo debemos reconocer de cada uno la propiedad justa de nuestros cuerpos físicos distintos y separados.

Es más, ambos cuerpos nuestros ya están naturalmente apropiados, en que sólo yo puedo controlar mi cuerpo directamente a voluntad y sólo tú puedes controlar tu cuerpo directamente. En cambio, yo puedo controlar tu cuerpo y tú puedes controlar mi cuerpo solamente indirectamente usando primero nuestros cuerpos controlados directamente. Esto demuestra la prioridad práctica y lógica, o praxeológica, de la apropiación directa por encima y antes de la apropiación indirecta. Entonces, afirmar en una discusión que yo soy el propietario justo de tu cuerpo o tú el de mi cuerpo, implica una contradicción performativa porque debo presuponer que yo soy el propietario justo de mi cuerpo, con el cual produzco mis argumentos, y que tú eres el propietario justo de tu cuerpo, con el cual produces tus argumentos. Para imputar un argumento a mí o a ti, los medios empleados para producir este argumento también deben ser míos o tuyos, y algo más es presupuesto por la argumentación aparte de la justa propiedad de cada persona de su cuerpo físico apropiado naturalmente.

Tú y yo hemos actuado ya en silencio o comunicativamente mucho antes de siquiera practicar alguna vez la argumentación. Antes de cualquier encuentro argumentativo, tú y yo, con la ayuda de nuestros respectivos cuerpos y sin oposición tuya o mía, ya nos hemos apropiado, ya hemos producido, intercambiado, consumido o acumulado incontables bienes. No podríamos participar ahora en la argumentación sin tales actividades previas y posesiones anteriores, ellas hacen posible nuestra argumentación actual. En consecuencia, debemos admitir, y no podemos negar sin la contradicción performativa, que la posesión previa y en última instancia la primera posesión es la ruta correcta hacia la propiedad de recursos físicos escasos.

Al presentar nuestros argumentos de un lado para otro, tú y yo afirmamos que no solamente somos los propietarios justos de nuestros cuerpos físicos naturalmente poseídos y directamente controlados con los cuales producimos estos argumentos, sino que también de todas las cosas que tú o yo, antes de nuestros argumentos y sin oposición tuya o mía, hemos hecho o producido deliberadamente. De hecho, argumentar consistentemente por lo contrario, que la propiedad sea establecida y determinada por la disputa posterior y en última instancia por la última posesión es literalmente imposible. No tendríamos ni pies ni suelo sobre cual pararnos y desarrollar nuestros argumentos. Ni tú ni yo podríamos haber actuado jamás silenciosamente o por nuestra cuenta, o separadamente uno del otro, hombro a hombro, a veces tal vez infructuosamente pero en cualquier caso sin conflicto.

El análisis filosófico entonces, confirma y refuerza nuestra intuición; tenemos verdaderamente una fórmula perfecta e infalible sobre cómo evitar conflictos y por tanto, mejorar sistemáticamente la coordinación, y tenemos una fórmula perfecta para resolver cada uno de los conflictos en tanto aún ocurran.

Y con esta fórmula también tenemos un criterio verdadero e infalible de justicia, es decir, de decidir entre los reclamos justos y verdaderos de posesión contra los injustos y falsos, y determinar cómo hacer justicia si la injusticia ha ocurrido.

No todo está abierto a disputa en una discusión sobre reclamos de propiedad en conflicto. La validez del principio de prioridad de la justa adquisición en sí misma no puede ser discutida argumentativamente porque sin ella cualquier argumentación entre tú y yo sería imposible.

Entonces, bajo discusión solamente puede estar la aplicación de este principio en instancias particulares y con respecto a recursos específicos. Puede haber discusión sobre si tú o yo he aplicado mal el principio en algunas instancias y con respecto a recursos concretos. Podemos estar en desacuerdo sobre los hechos verdaderos del caso; quién estuvo dónde o quién tiene posesión de esto o eso en tal u otro lugar o momento. Y puede ser a veces tedioso y prolongado establecer y resolver estos hechos. Sin embargo, así como el principio está fuera de discusión, también está el procedimiento para resolver los hechos relevantes y llegar a una conclusión. El procedimiento es dictado lógicamente por el principio. En cualquier caso de conflicto llevado a un juicio público de argumentos, la presunción está siempre a favor del propietario actual, y mutatis mutandi, la carga de la prueba, al contrario, está siempre en el oponente de una situación actual y de posesiones actuales. El oponente debe demostrar que él, contrariamente a la apariencia actual, tiene un derecho de posesión sobre un bien específico que es más antiguo y está fechado previamente al derecho del propietario actual, y que, por tanto, ha sido desposeído por el propietario actual. Si y sólo si el oponente puede demostrar esto exitosamente, la posesión en cuestión debe ser devuelta como propiedad a él.

Por otro lado, si el oponente fracasa en plantear su caso, entonces no solamente la posesión permanece como propiedad con el propietario actual, sino que el propietario actual a su vez ha adquirido un derecho posesivo contra su oponente, porque el tiempo y el cuerpo del propietario actual fue mal asignado por su oponente durante su argumento fallido y rechazado. Él pudo haber hecho otras cosas preferidas con su cuerpo y tiempo excepto defenderse argumentativamente contra su oponente.

Ahora permítanme formular una breve conclusión. Lo que he tratado de hacer aquí es refutar a los naturalistas o conductistas que quieren explicar el hombre o la naturaleza del hombre entera o exclusivamente en términos de las ciencias naturales, y más específicamente y de manera más importante también refutar a los escépticos que afirman que no existe tal cosa como una constante e inalterable naturaleza humana y leyes inmutables del hombre.

En cambio, he argumentado que sí sabemos y que no puedes sin contradicción performativa negar saber bastantes verdades a priori sobre el hombre. Una vez pronunciadas, estas verdades parecen casi evidentes y triviales, pero su reconocimiento tiene importantes consecuencias filosóficas.

No podemos negar: que podemos discutir entre nosotros en un lenguaje público y común; que podemos comunicarnos entre nosotros; que podemos coordinar nuestras acciones por medio de palabras y ser mejores y más exitosos en nuestros intentos de coordinación comunicativa, en aprender cómo hablar mejor, cómo usar nuestras palabras más adecuada y claramente.

Con eso podemos deshacernos inmediatamente de todos los discursos de solecismo, de álter egos o álter subjetivismo y de todas las rumias hobbesianas de una guerra de todos contra todos como gimnasia mental ociosa o seudoproblemas. Porque quien sea que escriba sobre estos temas se refuta a sí mismo por la virtud del hecho de que escribe y argumenta su caso en un lenguaje público, y de este modo se muestra a sí mismo como una persona de cultura y socializada, no un solecista ni tampoco un lobo.

Asimismo, no podemos negar: que podemos actuar en silencio solos y sin ningún propósito comunicativo, porque hemos actuado mucho antes de que empezáramos a hablar entre nosotros y podemos dejar de hablar otra vez, que haciendo eso utilizamos bienes apropiados directa e indirectamente con el propósito de producir un bien u objetivo futuro más altamente valorado; que seguimos fórmulas o reglas del «cómo hacer» en la aspiración de este bien, cualquiera que sea este; que estas fórmulas pueden conducir al éxito o al fracaso y por tanto, dado su propósito, son fórmulas objetivamente verdaderas o falsas; y que podemos aprender de nuestros éxitos y fracasos, y metódicamente mejorar nuestras fórmulas por medio de experimentaciones sucesivas, es decir, probándolas.

Esto refuta, como dije antes, todos estos discursos de moda sobre «el anarquismo metodológico», «la indeterminación de interpretación de la inconmensurabilidad de pirámides», etcétera.

Y finalmente, no podemos negar: que sabemos la fórmula correcta de cómo evitar el conflicto y cómo resolverlo si este todavía debiera ocurrir; que podemos distinguir entre posesiones previas sin oposición como posesiones argumentativamente justificables o como propiedad, contra posesiones posteriores con oposición como argumentativamente injustificables, despojos o robo; que sabemos cómo restablecer la justicia si la injusticia ha ocurrido.

Y esto refuta todo discurso sobre el relativismo ético y cultural, el positivismo legal y la idea de que el poder hace el derecho. Y con esto haré lo que hablé al respecto, recurrir a la acción silenciosa.


Traducido del inglés por Oscar Eduardo Grau Rotela. El material original se encuentra aquí.