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Preferencia demostrada y propiedad privada | Demonstrated Preference and Private Property

Jorge Soler has translated into Spanish Hoppe’s response to a David Osterfeld’s piece. The article was originally published on the Austrian Economic Newsletter in 1988, and is also included in his book The Economics and Ethics of Private Property.

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Preferencia demostrada y propiedad privada

Respuesta al artículo «Comment on Hoppe» de David Osterfeld publicado en Austrian Economics Newsletter en 1988.

El Profesor Osterfeld, tras reconocer de manera tan generosa la naturaleza «rompedora» de mi defensa a priori de la ética de la propiedad privada, se concentra en cuatro objeciones a mis argumentos.

Comentaré las cuatro objeciones que el Profesor Osterfeld trata. No obstante, dado que estas dependen de un correcto entendimiento de mi argumento central y su fuerza lógica, reafirmaré mi caso de la manera más breve posible.

Como afirma correctamente Osterfeld, doy una prueba praxeológica de la validez de la ética esencialmente lockeana de la propiedad privada. De forma precisa, demuestro que solo esta ética puede justificarse argumentativamente, porque es la presuposición praxeológica de la argumentación, y cualquier propuesta ética que se desvíe de esto se puede probar que constituye una violación de la preferencia demostrada. Tal propuesta puede afirmarse, pero su contenido proposicional contradiría la ética para la cual uno demuestra una preferencia por virtud del propio acto de emitir enunciados, es decir, por el mismo acto de participar activamente en la argumentación. De la misma manera en la que uno dice «Soy y siempre seré indiferente respecto a hacer cosas» aunque esta proposición contradice el acto de hacer proposiciones, que revela preferencias subjetivas (decir esto en vez de decir otra cosa o nada en absoluto), las propuestas éticas desviacionistas se ven falsadas por la realidad de proponerlas.

Para alcanzar esta conclusión y entender correctamente su importancia, hacen falta dos observaciones.

En primer lugar, la pregunta de qué es justo o qué es injusto (o qué es válido y qué no lo es) sólo surge en tanto yo y otros seamos capaces de intercambios proposicionales, de argumentación. La pregunta no surge para una piedra o un pez porque son incapaces de producir proposiciones que clamen su validez. Pero si esto es así —y uno no puede negar que lo es sin contradecirse, ya que no se puede argumentar la renuncia a argumentar— entonces cualquier propuesta ética, o de hecho cualquier proposición, debe asumirse que afirma que puede ser validada por medios proposicionales o argumentativos. Al producir una proposición, de manera abierta o como pensamiento interno, uno demuestra su preferencia por el querer hacer uso de medios argumentativos para convencerse a sí mismo o a otros de algo. No hay manera de justificar nada si esto no se da por medio de intercambios proposicionales y argumentos. Se debe considerar como una derrota definitiva para una propuesta ética el hecho de que uno pueda demostrar cómo su contenido es lógicamente incompatible con la exigencia de que su validez sea discernible mediante medios argumentativos. Demostrar tal incompatibilidad se traduce en una prueba de imposibilidad, y tal prueba es letal en el reino de la investigación intelectual.

En segundo lugar, los medios con los que una persona demuestra preferencia al entrar en una argumentación son los de la propiedad privada. Obviamente, nadie podría proponer nada o ser convencido de ninguna proposición por medios argumentativos si el derecho de una persona a hacer uso exclusivo de su cuerpo físico no se presupusiese. Además, sería igualmente imposible sostener una argumentación y confiar en la fuerza proposicional de los argumentos propios si uno no pudiese apropiarse de otros bienes escasos mediante apropiación original al usarlos antes de que nadie los use, o si tales bienes y el derecho al control exclusivo sobre ellos no estuviese definido en términos físicos objetivos. Si tal derecho no se presupone, o si los que llegan después tienen los mismos derechos legítimos sobre las cosas, o si las cosas poseídas estuviesen definidas en términos evaluativos subjetivos, nadie podría sobrevivir como una entidad independiente de toma de decisiones; por lo tanto, nadie podría afirmar nunca una proposición que clame su validez.

Por lo tanto, por el mero hecho de estar vivo y emitir enunciados, uno demuestra la invalidez de toda ética salvo la de la propiedad privada.

La cuarta objeción de Osterfeld afirma que mi argumento es una instancia de naturalismo ético, pero que caigo en la falacia naturalista de derivar un «deber» de un «ser». La primera parte de su proposición es aceptable, pero no la segunda. Lo que ofrezco es un sistema ético libre de valores. Permanezco exclusivamente en el reino de las afirmaciones ser y nunca trato de derivar un «deber» de un «ser». La estructura de mi argumento es esta: (a) la justificación es proposicional o argumentativa (una afirmación ser verdadera a priori); (b) la argumentación presupone el reconocimiento de la ética de la propiedad privada (una afirmación verdadera a priori); (c) las desviaciones de la ética de la propiedad privada no pueden justificarse argumentativamente (una afirmación verdadera a priori). Por lo tanto, mi refutación de toda ética socialista es una puramente cognitiva. Que Rawls u otros socialistas aún defiendan tales éticas es un tema aparte. Que uno más uno sean dos no elimina la posibilidad de que alguien diga que es tres, o de que uno intente hacer de uno más uno igual a tres la ley aritmética del mundo. No obstante, esto no afecta al hecho de que uno más uno sigue siendo dos. En estricta analogía con esto, yo «sólo» afirmo probar que lo que Rawls y otros intelectuales dicen es falso y puede ser entendido como tal por todo hombre intelectualmente competente y honesto. Y esto no lo cambia el hecho de que la incompetencia o la deshonestidad y el mal puedan aún existir y prevalecer sobre la verdad y la justicia.

La segunda objeción sufre del mismo malentendido de la naturaleza libre de valores de mi defensa de la propiedad privada. Osterfeld está de acuerdo con que la argumentación presupone el reconocimiento de la propiedad privada. Pero se pregunta sobre la fuente de este derecho. ¿Pero cómo puede hacer tal pregunta? Sólo porque él, también, es capaz de argumentar. Sin la argumentación no habría más que silencio o ruido sin sentido. La respuesta es que la fuente de los derechos humanos es y debe ser la argumentación como manifestación de nuestra racionalidad. Es imposible afirmar que otra cosa sea el punto de partida para la derivación de un sistema ético porque afirmar tal cosa tendría que presuponer la capacidad argumentativa de uno. ¿Pueden los derechos ser derivados desde un contrato bajo un «velo de ignorancia» pregunta Osterfeld? Sí y no. Por supuesto, hay derechos derivados de contratos, pero para que un contrato sea posible, ya debe haber propietarios y propiedad privada; si no, no habría contratantes físicamente independientes y nada sobre lo que hacer acuerdos contractuales. Y «no»: no se pueden derivar derechos «bajo un velo de ignorancia» porque nadie vive bajo tal cosa excepto zombis epistemológicos y sólo una ética zombi rawlsiana podría derivarse bajo él. ¿Pueden los derechos emerger de la tradición a lo Hume o Burke? Por supuesto, siempre lo hacen. Pero la cuestión de la emergencia factual de los derechos no tiene nada que ver con la cuestión de si lo que existe puede o no ser justificado.

En su tercera objeción, Osterfeld afirma que construyo una alternativa entre o bien propiedad individual o bien propiedad de la comunidad mundial pero que tal alternativa no es exhaustiva. No está debidamente representada. En ningún lugar digo algo así. En la sección a la que se refiere Osterfeld, trato de explicar las alternativas totalmente diferentes entre propiedad en tanto definida en términos físicos y originada en puntos definidos del tiempo para individuos definidos en contraste con la propiedad definida en términos de valor y no específica con respecto a su tiempo de origen, y la refutación de la segunda como absurda y autocontradictoria. No niego la posibilidad de la propiedad de «comunidades intermedias». No obstante, tal propiedad presupone la propiedad privada individual. La propiedad colectiva requiere contratos, y los contratos sólo son posibles si ya hay derechos de propiedad no contractualmente adquiridos. Los contratos son acuerdos entre entidades físicamente independientes basados en el reconocimiento mutuo del derecho de propiedad de cada contratante sobre cosas adquiridas antes del acuerdo y que conciernen a la transferencia de esos títulos de propiedad desde un propietario específico anterior a un propietario o propietarios específicos posteriores.

Sobre la primera objeción de Osterfeld, no he escrito que los objetivos fundamentales de la economía y filosofía política sean «complementarios». Lo que he dicho es que son diferentes. Nadie que intente responder a ‘¿Qué es justo?’ está lógicamente obligado a insistir que su respuesta debe también contribuir a la mayor producción posible de riqueza (al menos, ¡no digo en ningún sitio que exista tal deber lógico!). Por tanto, no es una objeción válida a mis comentarios sobre la relación entre la economía política y la economía que Hobbes, Rousseau, y otros sugieren que los sistemas políticos no incrementan la riqueza sino la escasez. Su afirmación de que tales sistemas son justos no puede hacerse buena, porque como resulta, la única ética que puede justificarse de hecho ayuda a maximizar la producción de riqueza. Por suerte, esto es así. No cambia lo más mínimo el hecho de que la economía y filosofía política estén preocupadas de asuntos totalmente diferentes.

Esta y sólo esta ha sido mi tesis: mientras los filósofos políticos como tales no necesitan preocuparse por el problema de aliviar la escasez, la economía y filosofía política tienen en común el hecho de que sin escasez ninguna de las dos disciplinas tendría sentido alguno. ¡No habría conflicto interpersonal sobre nada, y no se plantearían preguntas sobre qué normas deben aceptarse como justas para evitar tales posibles conflictos! No es descabellado decir que los filósofos políticos han estado invariablemente preocupados por la asignación de derechos de control exclusivo sobre bienes escasos. Tal es el caso cuando un lockeano propone aceptar la ética de la propiedad privada, y no es menos cuando un hobbesiano sugiere, en vez de eso, hacer a alguna persona el Führer supremo, cuyas órdenes deben ser seguidas por todos los demás.


Traducido originalmente del inglés por Jorge Antonio Soler Sanz. Revisado y corregido por Oscar Eduardo Grau Rotela. El artículo original se encuentra aquí.