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Un libertarismo realista | A Realistic Libertarianism

Pedro García has translated into Spanish Hoppe’s A Realistic Libertarianism (2018). The essay is an extended version of a PFS 2014 conference of Hans-Hermann Hoppe and it was printed on Getting Libertarianism Right (2018).

For more Spanish translations, click here.

Un libertarismo realista

Un libertarismo realista es un libertarismo de derecha.

El libertarismo es lógicamente consistente con casi cualquier actitud hacia la cultura, sociedad, religión o principio moral. En lógica estricta, la doctrina política libertaria puede ser cortada de todas las otras consideraciones; lógicamente uno puede ser —y ciertamente la mayoría de los libertarios son en realidad: hedonistas, libertinos, inmoralistas, enemigos militantes de la religión en general y del cristianismo en particular— y aún ser adherentes consistentes a las políticas libertarias. De hecho, con lógica estricta, uno puede ser un devoto consistente de los derechos de propiedad políticamente y ser un vividor, un estafador, un delincuente de poca monta y mafioso en la práctica, como muchos libertarios resultan ser. En lógica estricta, uno puede hacer estas cosas, pero psicológicamente, sociológicamente, y en la práctica, simplemente no funciona de esa manera.[1]

Déjenme empezar con unos pequeños comentarios sobre el libertarismo como teoría puramente deductiva.

Si no hubiese escasez en el mundo, los conflictos humanos serían imposibles. Los conflictos interpersonales son siempre y en todas partes conflictos respecto a cosas escasas. Yo quiero hacer X con una cosa dada y tú quieres hacer Y con la misma cosa.

Debido a tales conflictos —y porque somos capaces de comunicarnos y argumentar entre nosotros—, buscamos normas de conductas con el propósito de evadir estos conflictos. El propósito de las normas es la evasión de conflictos. Si no quisiésemos evadir conflictos, la búsqueda de normas de conductas sería un sinsentido. Simplemente pelearíamos y lucharíamos.

A falta de una perfecta armonía de todos los intereses, los conflictos sobre recursos escasos solo pueden ser evadidos si todos los recursos escasos son asignados como propiedad exclusiva y privada para algunos individuos específicos. Solo después de esto puedo actuar independientemente, con mis propias cosas, de ti, con tus propias cosas, sin que tú y yo entremos en conflicto.

¿Pero quién posee qué recursos escasos como su propiedad y quiénes no? Primero: Cada persona es dueña de su cuerpo físico que solamente él y nadie más controla directamente (yo puedo controlar tu cuerpo sólo indirectamente, a través de controlar primero mi cuerpo directamente y viceversa) y que solamente él directamente controla en particular cuando discutimos y argumentamos el asunto a mano. De otra forma, si la propiedad sobre el cuerpo fuese asignada a alguien que controla los cuerpos indirectamente, los conflictos se convertirían en inevitables ya que quien controla el cuerpo directo no puede renunciar al control directo sobre su cuerpo mientras esté vivo; y en particular, de otra manera sería imposible que dos personas, como contendientes en cualquier disputa de propiedad, pudiesen argumentar y debatir la cuestión sobre cuál es la voluntad que debe prevalecer, siendo que argumentar y debatir presuponen que ambos, el proponente y el oponente, tienen control exclusivo sobres sus respectivos cuerpos y llegan al juicio correcto por ellos mismos, sin una pelea (en un forma de interacción libre de conflictos).

Y segundo, en cuanto a recursos escasos que pueden ser controlados solo indirectamente (que deben ser apropiados con nuestro propio cuerpo concedido naturalmente, es decir, no apropiado): Control exclusivo (propiedad) es adquirido por y asignado a esa persona, quien se apropió del recurso en cuestión primero o quien lo adquirió a través de intercambio voluntario (libre de conflictos) de su antiguo dueño. Porque solo el primer apropiador de un recurso (y todos los dueños siguientes conectados a él a través de una cadena de intercambios voluntarios) puede adquirir y obtener control sobre el mismo sin conflictos, es decir, pacíficamente. De otra forma, si el control exclusivo es asignado a los que llegan luego, el conflicto no es evadido, sino contrario al mismo propósito de las normas, es hecho ineludible y permanente.

Déjenme enfatizar que considero esta teoría como esencialmente irrefutable, como una verdad a priori. En mi estimación esta teoría representa uno de los más grandes —sino el más grande— logros del pensamiento social. Formula y codifica las reglas básicas para todas las personas, de todas partes, que quieran vivir juntos en paz.

Y todavía: esta teoría no nos dice mucho sobre la vida real. Desde luego, nos dice que todas las sociedades actuales, en la medida en que son caracterizadas por relaciones pacíficas, se adhieren, sea consciente o inconscientemente, a estas reglas y son así guiadas por esta aprehensión racional. Pero no nos dice hasta qué grado este es el caso. Tampoco nos dice, aún si la adherencia a estas reglas fuese completa, cómo las personas vivirían juntas en realidad. No nos dice qué tan cerca o lejos de cada uno vive, si, cuándo, con qué frecuencia y distancia, y para qué propósitos ellos se encuentran e interactúan, etc. Para usar una analogía aquí: conocer la teoría libertaria —las reglas de las interacciones pacíficas— es como saber las reglas de la lógica, las reglas de pensar y razonar correctamente. Sin embargo, al igual que el conocimiento sobre la lógica, tan indispensable como es para el pensar correcto, no nos dice nada sobre el pensamiento humano real, acerca de la realidad de las palabras, conceptos, argumentos, inferencias y conclusiones usadas y hechas, así también la lógica de la interacción pacífica (libertarismo) no nos dice nada acerca de la vida humana real y sus acciones. Por lo tanto: al igual que todo lógico que quiere hacer buen uso de su conocimiento debe enfocar su atención al pensamiento real y razonar, también un teórico libertario debe enfocar su atención a las acciones de personas reales en vez de ser un simple teórico, él también debe convertirse en un sociólogo y un psicólogo, y tomar en cuenta la realidad social «empírica», es decir, el mundo como verdaderamente es.

Esto me lleva al tema de la «izquierda» y la «derecha».

La diferencia entre la derecha y la izquierda, como Paul Gottfried ha notado frecuentemente, es un desacuerdo fundamental sobre un asunto empírico. La derecha reconoce, como una cuestión de hecho, la existencia de diferencias y diversidades humanas individuales y las acepta como naturales, mientras que la izquierda niega la existencia de tales diferencias y diversidades o intenta explicarlas, y en cualquier caso considerarlas, como algo no natural que debe ser rectificado para establecer un estado natural de igualdad humana.

La derecha reconoce la existencia de diferencias humanas individuales no solo sobre su ubicación física y estructura del ambiente humano y del cuerpo humano individual (la altura, fuerza, peso, edad, género, piel, cabello, o color de ojos, rasgos faciales, etc., etc.). De manera más importante, la derecha también reconoce la existencia de diferencias en la estructura mental de las personas, es decir, en sus habilidades cognitivas, talentos, disposiciones físicas, y motivaciones. Reconoce la existencia de lo brillante y lo aburrido, lo inteligente y lo tonto, la visión a corto plazo y a largo plazo, lo ocupado y lo flojo, la agresión y la paz, la docilidad y lo inventivo, la impulsividad y la paciencia, los escrúpulos y la gente descuidada, etc., etc.. La derecha reconoce que estas diferencias mentales, resultantes de la interacción del ambiente físico y el cuerpo humano, son los resultados de factores ambientales, fisiológicos y biológicos. La derecha reconoce adicionalmente que las personas están atadas entre sí (o separadas) tanto físicamente en un espacio geográfico como emocionalmente por sangre (puntos biológicos en común y relaciones), por el lenguaje y la religión, como también por las costumbres y tradiciones. Por otra parte, la derecha no solo reconoce la existencia de estas diferencias y diversidades. Se da cuenta también de que el resultado de la contribución de diferencias será otra vez diferente y resultará en personas con mucha o poca propiedad, en ricos y pobres, y en personas de alto o bajo estatus, rango, influencia o autoridad. Y acepta estos resultados de diferentes contribuciones como normal y natural.

La izquierda por el contrario está convencida de la igualdad fundamental del hombre, que todos los hombres son «creados iguales». No niega lo evidentemente obvio, por supuesto: que hay diferencias ambientales y fisiológicas, es decir, que algunas personas viven en las montañas y otras en la costa, o que algunos hombres son altos y otros bajos, algunos blancos y otros negros, algunos hombres y otras mujeres, etc. Pero la izquierda sí niega la existencia de diferencias mentales o, en la medida en que estas diferencias sean demasiado aparentes para ser completamente negadas, intenta explicarlas como «accidentales». Es decir, la izquierda o explica tales diferencias como únicamente determinadas por el ambiente, tal como que un cambio en las circunstancias ambientales (la mudanza de una persona de la montañas a la costa y viceversa, por ejemplo, o dando a cada persona atención idéntica tanto postnatal como prenatal) produciría un resultado igual, y niega que estas diferencias son causadas (también) por  algunos —comparativamente insuperables— factores biológicos. O sino, en esos casos donde no puede negarse que los factores biológicos juegan un rol causal al determinar el éxito o el fracaso en la vida (dinero o fama), tales como cuando un hombre de 5 pies de altura no puede ganar una medalla olímpica de oro en la carrera de 100 metros o una chica gorda y fea no puede convertirse en Miss Universo, la izquierda considera estas diferencias como pura suerte y el resultado resultante del éxito o fracaso de un individuo como inmerecido. De cualquier manera, sea causado por ventajosas o desventajosas circunstancias ambientales o atributos biológicos, todas las diferencias individuales de los humanos han de ser igualadas. Y donde esto no pueda hacerse literalmente, como no podemos mover montañas o mares o hacer bajo a un hombre alto o negro a un hombre blanco, la izquierda insiste en que los «afortunados» inmerecidos deben compensar a los «desafortunados» para que a toda persona se le conceda una «posición igual en la vida», en correspondencia con la igualdad natural de todos los hombres.

Con esta corta caracterización de la derecha y la izquierda regresaré al tema del libertarismo. ¿Es la teoría libertaria compatible con la visión de mundo de la derecha? Y: ¿Es el libertarismo compatible con las visiones de la izquierda?

En cuanto a la derecha, la respuesta es un «sí» enfático. Todo libertario que esté sólo vagamente familiarizado con la realidad social no tendrá ninguna dificultad en reconocer la verdad fundamental de la visión derechista del mundo. Él puede, y a la luz de la evidencia empírica en efecto debe acordar con la afirmación empírica de la derecha sobre la desigualdad fundamental no solo física sino mental del hombre; y él también puede particularmente acordar con la afirmación normativa de la derecha de «laissez faire», es decir, que esta natural desigualdad humana inevitablemente resultará también en resultados desiguales y que nada puede o debe hacerse sobre esto.

Sin embargo, hay una sola advertencia importante. Mientras la derecha puede aceptar todas las desigualdades humanas, sea de puntos de partidas o de resultados, como natural, los libertarios insistirían en que únicamente esas desigualdades son naturales y no debe interferirse con lo que ha llegado a existir por seguir las reglas básicas de las interacciones pacíficas humanas mencionadas al principio. Las desigualdades que son el resultado de violaciones de estas reglas, no obstante, requieren de acción correctiva y deben ser eliminadas. Y además, los libertarios insistirían, como un asunto de hecho empírico, en que existen unas cuantas entre las innumerables desigualdades humanas que son el resultado de violaciones a dichas reglas, tales como ricos que deben su fortuna no al trabajo duro, la previsión, el talento empresarial o regalo voluntario o la herencia, sino al robo, el fraude o los privilegios monopolistas otorgados por el Estado. La acción correctiva requerida en tales casos, sin embargo, no es motivada por el igualitarismo sino por un deseo de restitución: él (y solo él), quien puede demostrar que ha sido robado, defraudado o legalmente perjudicado debe ser restituido completamente por aquellos (y solo aquellos) que han cometido estos crímenes contra él y su propiedad, incluyendo también los casos en donde la restitución resultaría en una desigualdad mayor (como cuando un hombre pobre ha defraudado y le debe una restitución a un hombre rico).

Por otra parte: Para la izquierda, la respuesta es un «no» igualmente enfático. La afirmación empírica de la izquierda, de que no existen diferencias mentales significativas entre individuos y, por implicación, entre varios grupos de personas, y que lo que aparentan ser tales diferencias se deben solamente a factores ambientales que desaparecerían si tan solo el ambiente fuese igualado es contradicho por toda experiencia de la vida diaria y montañas de investigaciones empíricas sociales. Los hombres no son ni pueden igualados, y cualquier cosa que uno intente en este sentido, las desigualdades siempre resurgirán. Sin embargo, es en particular la afirmación normativa implícita y la agenda activista de la izquierda la que la hace incompatible con el libertarismo. La meta izquierdista de igualar a todos o igualar a la «posición en la vida» de todos es incompatible con la propiedad privada, sea en el cuerpo de uno o en cosas externas. En vez de la cooperación pacífica, provoca el conflicto interminable y lleva al decididamente antiigualitario establecimiento de una clase gobernante permanente dominando sobre el resto de las personas como su «material» a ser igualado. «Ya que», de la manera en que Murray Rothbard lo ha formulado, «dos personas no son uniformes o iguales en ningún sentido en la naturaleza, o en los resultados de una sociedad voluntaria, causar y mantener tal igualdad requiere necesariamente de la imposición permanente de una élite de poder armada con un devastador poder coercitivo».[2]

Existen innumerables diferencias humanas individuales; y existen más diferencias aún entre diferentes grupos de individuos, como cada individuo puede encajar dentro de innumerables grupos. Es la élite del poder quien determina cuáles de estas diferencias, sea de individuos o grupos, son las que cuentan como ventajosas y afortunadas o desventajosas y desafortunadas (o sino como irrelevantes). Es la élite del poder quien determina cómo —de innumerables formas posibles— en realidad hacer la «igualación» de los afortunados y desafortunados, es decir, qué y cuánto «tomar» de los afortunados y «dárselo» a los desafortunados para lograr la igualdad. En particular, es la élite del poder, definiéndose a sí misma como desafortunada, quien determina qué y cuánto tomar de los afortunados y quedárselo para ella misma. Y cualquier igualación que sea entonces lograda: como nuevas incontables diferencias y desigualdades estarán constantemente resurgiendo, la tarea igualadora de las élites en el poder nunca puede llegar a un fin natural, pero debe al contrario seguir por siempre, sin fin.

Sin embargo, la visión igualitaria del mundo de la izquierda no solo es incompatible con el libertarismo. Está tan fuera de contacto con la realidad que uno debe estar preguntándose cómo alguien puede tomarla en serio. El hombre de calle ciertamente lo hace sin creer en la igualdad de todos los hombres. El puro sentido común y el prejuicio se paran en el camino de eso. Y yo estoy más confiado que ninguno de los proponentes de la doctrina igualitaria realmente, en el fondo, cree lo que proclama. Aun así, ¿cómo, entonces, puede la visión izquierdista del mundo convertirse en la ideología dominante de nuestra época?

Por lo menos para un libertario la respuesta tiene que ser obvia: la doctrina igualitarista logró este estatus no porque sea verdad, sino porque provee la coartada intelectual perfecta para el impulso hacia el control social totalitario de una élite dominante. La élite dominante alista, por tanto, la ayuda de la «intelectualidad» (o la «clase charlatana»). Es metida en la nómina o de otra forma subsidiada y a cambio entrega el deseado mensaje igualitario (el cual sabe que es erróneo pero todavía enormemente beneficioso a su propio prospecto de empleo). Y así los más entusiastas proponentes de la tontería del igualitarismo pueden encontrarse alrededor de la clase intelectual.[3]

Dado, entonces, que el libertarismo y el igualitarismo profesado por la izquierda son obviamente incompatibles, debe sorprender —y es testimonio de los inmensos poderes ideológicos de las élites dominantes y del cortejo de intelectuales— que muchos de los que se llaman libertarios hoy, y se consideran ellos mismos de ser, parte de la izquierda. ¿Cómo es posible tal cosa?

Lo que unifica ideológicamente a estos libertarios de izquierdas es su promoción activa de varias políticas «antidiscriminatorias» y su abogacía de políticas migratorias «libres y no discriminatorias».[4]

Estos «libertarios», como señaló Rothbard,

están fervientemente comprometidos con la noción de que, mientas cada individuo puede no ser «igual» a los demás, que todo grupo concebible, contingente ético, género racial, o, en algunos casos, especie, son en realidad y deben hacerse «iguales», que cada uno tiene «derechos» que no deben estar sujetos a ser cercenados bajo ninguna forma de «discriminación».[5]

Pero, ¿cómo es posible reconciliar esta postura antidiscriminatoria con la propiedad privada, la cual los libertarios supuestamente tienen que considerarla como la piedra angular de su filosofía, y que, después de todo, significa propiedad exclusiva y, por ende, implica lógicamente discriminación?

Los izquierdistas tradicionales, por supuesto, no tienen este problema. Ellos no piensan o se preocupan por la propiedad privada. Como todos son iguales a todos los demás, el mundo y todo sobre y dentro de él pertenece a todos por igual —toda propiedad es propiedad «común»— y como un copropietario igual del mundo, todos tienen «derecho de acceso» por igual a cualquier lugar y sobre todas las cosas. En la ausencia de una perfecta armonía de intereses, sin embargo, no todos pueden tener un igual acceso a todo y en todo lugar sin que lleve a una situación de conflicto permanente. En consecuencia, para evadir esta situación, es necesario instituir un Estado, es decir, un monopolista territorial de toma de decisiones definitivas. La «propiedad común», es decir, requiere un Estado y ha de convertirse en «propiedad estatal». Es el Estado el que determina en última instancia no solo quién posee qué; y es también el Estado, entonces, el que determina en última instancia la asignación espacial de todas las personas: quién vivirá dónde y tendrá permiso para encontrarse y tener acceso a qué, y la propiedad privada quedará condenada. Después de todo, son ellos, los izquierdistas, quienes controlarían el Estado.

Pero esta ruta de escape no está disponible a todo aquel que se llame libertario. Él debe tomar la propiedad privada con seriedad.

Psicológica o sociológicamente, la atracción de las políticas no discriminatorias para los libertarios puede explicarse por el hecho de que un gran número desproporcional de libertarios son desadaptados o simplemente raros —o para usar la descripción de Rothbard, «hedonistas, libertinos, inmoralistas, enemigos militantes de la religión, vividores, estafadores, y delincuentes de poca monta y mafiosos»— que terminaron atraídos al libertarismo debido a toda su alegada ‘tolerancia’ hacia los desadaptados y personas con valores anómalos, y quien ahora quiere usarlo como un vehículo para liberarse a él mismo de toda forma de discriminación típica, en la vida diaria, repartida a sus semejantes. ¿Pero cómo lo hacen de una forma «lógica»? Los libertarios de izquierda, libertarios sensibleros y libertarios cosmopolitas y humanitarios no son simples izquierdistas. Ellos saben de la importancia central de la propiedad privada. Aun así, ¿cómo es que pueden aparentar lógicamente haber reconciliado la noción de propiedad privada con su promoción de políticas antidiscriminatorias y en particular con la propagación de una política libre de discriminación migratoria?

La respuesta corta es: colocando toda la propiedad privada actual y su distribución entre diferentes personas bajo sospecha moral. Con esta afirmación, la izquierda libertaria cae en el error opuesto de aquel cometido por la derecha no libertaria. Como indicado, la derecha no libertaria comete el error de considerar toda (o al menos casi toda) propiedad actual poseída, incluyendo en particular también la propiedad poseída por el Estado, como natural y justa. En clara oposición, un libertario reconocería e insistiría en que algunas propiedades, y todas (o por lo menos la mayoría) las propiedades estatales, son demostrablemente antinaturales e injustas y como tal requieren restitución y compensación. Al contrario, los libertarios de izquierda afirman que no solo todas o la mayoría de las propiedades estatales son antinaturales e injustas (de esta admisión ellos derivan su título de ‘libertario’), sino que también todos o la mayoría de los títulos de propiedad privada son antinaturales e injustos. Y en apoyo a esta última afirmación, ellos señalan el hecho de que todos los títulos de propiedad actuales y su distribución entre varias personas han sido afectados, alterados y distorsionados por acciones y legislaciones estatales previas y que nadie estaría en el mismo lugar y la misma posición que actualmente está si no hubiese sido por tales interferencias estatales previas.

Sin lugar a dudas, esta observación es correcta. El Estado en su larga historia ha hecho a algunas personas más ricas y a otras más pobres de lo que hubiesen sido de otra manera. Mata a algunas personas y deja a otras sobrevivir. Mueve a las personas de un lugar a otro. Promueve algunas profesiones, industrias o regiones y previene o retrasa y cambia el desarrollo de otras. Premia a algunas personas con privilegios y monopolios y legalmente discrimina y perjudica a otras, y así sucesivamente. La lista de pasadas injusticias, de ganadores y perdedores, perpetradores y víctimas es interminable.

Pero de este hecho indisputable no sigue que todos o la mayoría de los títulos de propiedad actuales sean sospechosos moralmente y en necesidad de rectificación. Desde luego, la propiedad estatal debe ser restituida, porque ha sido adquirida injustamente. Debe regresarse a sus dueños naturales, es decir, a las personas (o sus herederos) que fueron coaccionados a ‘financiar’ tales propiedades ‘públicas’ al entregar parte de su propia propiedad al Estado. Sin embargo, no me preocuparé con este asunto particular de la «privatización» aquí.[6] En lugar de eso, es el reclamo de amplio alcance de que las injusticias pasadas también hacen a todos los títulos de propiedad privada actuales sospechosos morales, lo que no se sigue y que ciertamente no es verdad. De hecho, la mayoría de los títulos de propiedad privada son probablemente justos, con independencia de su historia; al menos y excepto en aquellos casos donde un reclamante específico pueda probar que no lo son. La carga de la prueba, no obstante, está en quien impugne la posesión actual de la propiedad y su distribución. Él debe mostrar que está en posesión de un título más viejo a la propiedad en cuestión que la de su actual dueño. De otra forma, si un reclamante no puede probar esto, todo ha de mantenerse como actualmente está.

O: para ser más específico y realista: del hecho de que Peter o Paul o sus padres, como miembros de cualquier grupo de personas concebible, hayan sido asesinados, desplazados, robados, asaltados, o legalmente discriminados en el pasado y su patrimonio actual y posición social sería diferente si no hubiese sido por tales injusticias del pasado, no se sigue que ningún miembro actual de este grupo tiene un reclamo justo (para compensación) en contra de la propiedad actual de nadie más (sea dentro o fuera de su grupo). En lugar de eso, en cada caso, Peter o Paul tendría que demostrar, en un caso después del otro, que él personalmente tiene un mejor título viejo asignado a un pedazo de propiedad que algún nombrado, identificado dueño y supuesto perpetrador actual. Ciertamente, un número considerable de casos existen donde esto puede hacerse y la restitución o compensación es debida. Pero ciertamente así, con esta carga de prueba de cualquiera que rete cualquier distribución de propiedad actual, no puede ganarse mucha distancia para cualquier agenda igualitarista antidiscriminatoria. Al contrario, en el mundo occidental contemporáneo, repleto de leyes de «discriminación positiva» que conceden privilegios legales a varios «grupos protegidos» al costo de varios otros grupos correspondientemente desprotegidos y discriminados, más —no menos— discriminación y desigualdades resultarían si, como la justicia lo requeriría, a todo quien pudiera en efecto proveer tal prueba individualizada de su victimización se le permitiera realmente hacerlo mediante el Estado y presentar la demanda y solicitar reparación de su victimario.

Pero los libertarios de izquierda —los libertarios bleeding-heart y cosmopolitas-humanitarios— no son conocidos exactamente como «luchadores» contra la «discriminación positiva». En vez de eso, y muy por el contrario, para llegar a la conclusión que quieren llegar, ellos relajan o dispensan totalmente de los requerimientos para que alguien clame victimismo u ofrezca prueba individualizada de victimización. Típicamente, para poder mantener el estatus intelectual como libertarios, la izquierda libertaria lo hace silenciosamente, subrepticiamente o hasta inconscientemente, pero en efecto, al renunciar a este requisito fundamental de justicia, ellos reemplazan la propiedad privada y los derechos de propiedad y violaciones de derecho con la confusa noción de ‘derechos civiles’ y ‘violaciones a los derechos civiles’ y los derechos individuales con los ‘derechos de los grupos’ y así se convierten en socialistas de closet. Dado que el Estado ha perturbado y distorsionado todas las posesiones y distribuciones de propiedad, todavía sin el requisito de la prueba individualizada de victimización, todos y cada grupo imaginable pueden fácilmente y sin mucho esfuerzo intelectual reclamar algún tipo de «victimismo» contra cualquier otra persona o grupo.[7]

Liberados de la carga de la prueba de victimismo, los libertarios de izquierda están esencialmente sin restricciones en su ‘descubrimiento’ de nuevas «víctimas» y «victimarios» de acuerdo con sus presupuestas asunciones igualitarias. A favor de ellos, reconocen al Estado como un victimario institucional y un invasor de los derechos de propiedad (otra vez, de esto deriva su afirmación de ser ‘libertarios’). Pero ellos ven muchas más injusticias institucionales y estructurales y distorsiones sociales, muchas más víctimas y victimarios, y una mucha más necesidad de restitución, compensación, y atención a la redistribución de la propiedad en el mundo actual que solo aquellas injusticias y distorsiones cometidas y causadas por el Estado y para ser resueltas y rectificadas al encoger y finalmente desmantelar y privatizar todas las posesiones y funciones estatales. Incluso si el Estado fuese desmantelado, sostienen, como tardíos y prolongados efectos de su larga existencia previa o de ciertas condiciones preestatales, que otras distorsiones institucionales que seguirían en curso requerirían rectificación para crear una sociedad justa.

La visión sostenida por los libertarios de izquierda en este asunto no es totalmente uniforme, pero típicamente difieren poco de aquellos promovidos por marxistas culturales. Asumen como ‘natural’, sin casi o ningún apoyo empírico y ciertamente en contra de una abrumadora evidencia de lo contrario, una sociedad de ‘iguales’ inmensamente ‘plana’ y ‘horizontal’, es decir, una población esencial, universal y mundialmente homogénea, de personas de mentalidad y talento similar, de más o menos el mismo estatus y posición social y económica, y consideran todas las desviaciones sistemáticas de este modelo como el resultado de la discriminación y como fundamento de alguna forma de compensación y restitución. En consecuencia, la jerarquía estructural de familias tradicionales, de roles sexuales y la división del trabajo entre hombres y mujeres, es considerado antinatural. De hecho, todas las jerarquías sociales y categorías verticales de orden de autoridad, de cabezas y jefes de clanes, de patrones, nobles, aristócratas y reyes, de obispos y cardenales, de ‘jefes’ en general, y de sus respectivos subalternos o subordinados, son vistas con sospecha. De manera similar, toda disparidad grande o ‘excesiva’ de ingresos y riqueza —o del denominado ‘poder económico’— y tanto la existencia de una clase baja oprimida como la de una clase alta de personas y familias súper ricas son consideradas como antinaturales. Asimismo, las grandes industrias, corporaciones financieras y conglomerados son considerados criaturas artificiales del Estado. Y también son sospechosos, antinaturales y en necesidad de reparación todas las asociaciones exclusivas, sociedades, congregaciones, iglesias, clubes, y toda segregación territorial, separación y secesión, sea basada en clase, género, raza, etnicidad, linaje, lenguaje, religión, profesión, interés, costumbres o tradiciones.

Desde ese punto de vista, los grupos ‘víctimas’ y sus ‘victimarios’ son fácilmente identificables. Como resulta ser, las ‘víctimas’ comprenden la gran mayoría de la humanidad. Cualquiera y todo grupo concebible es una ‘víctima’, excepto aquella pequeña parte de la humanidad compuesta de hombres heterosexuales blancos (incluyendo a asiáticos del norte de Asia), viviendo tradicionalmente, vidas familiares burguesas. Ellos, y especialmente los más creativos y exitosos entre ellos (excluyendo curiosamente solo a deportistas ricos y celebridades del entretenimiento), son los ‘victimarios’ de todos los demás.

Mientras esta visión de la historia humana le sorprende a uno como bizarra a la luz de los asombrosos logros de civilización originados precisamente de este grupo minoritario de ‘victimarios’, casi coincide completamente con la victimología también propagada por el marxismo cultural. Ambos grupos solo difieren en la causa de este similarmente identificado, descrito y deplorado ‘estado estructural de victimización’. Para el marxista cultural, la causa de esta situación es la propiedad privada y el capitalismo desenfrenado basado en los derechos de propiedad privada. Para ellos, la respuesta a cómo reparar el daño hecho es clara y fácil. Toda la restitución, compensación y redistribución necesarias han de ser hechas por el Estado, el cual ellos presumiblemente controlan.

Para los libertarios de izquierda esta respuesta no sirve. Supuestamente tienen que estar a favor de la propiedad privada y de la privatización de las propiedades estatales. No pueden dejarle hacer al Estado la restitución, porque como libertarios se supone que tienen que desmantelar y en última instancia abolir el Estado. Pero quieren más restitución que solo la resultante de la privatización de toda la llamada propiedad pública. Abolir el Estado no es suficiente para ellos para crear una sociedad justa. Se necesita más para compensar la enorme mayoría de víctimas recién mencionada.

¿Pero qué? ¿Y en base a qué? Siempre que hay prueba individualizada de victimización, es decir, si alguna persona A puede demostrar que otra persona B ha invadido o tomado la propiedad de A, o viceversa, ¡no existe ningún problema! El caso es claro. Pero en ausencia de cualquier prueba, ¿qué más es lo que los ‘victimarios’ le deben a sus ‘víctimas’ y en base a qué? ¿Cómo determinar quién le debe a quién y cuánto o de qué? ¿Y cómo implementar este plan de restitución en la ausencia de un Estado, y sin pisotear así los derechos de propiedad privada de alguien más? Esto plantea el problema intelectual central de cualquier autoproclamado libertario de izquierda.

No es de extrañar que la respuesta dada por ellos a este reto resulte evasiva y vaga. De todo lo que puedo recabar, equivale a poco más que una exhortación. Como un observador perspicaz del escenario intelectual lo ha resumido: «¡Sé bueno!». Más precisamente: Ustedes, pequeño grupo de ‘victimarios’, siempre deben ser especialmente ‘buenos’, indulgentes, e inclusivos frente a todos los miembros de la vasta mayoría de ‘víctimas’, es decir, la larga y familiar lista de todos ¡excepto de hombres blancos heterosexuales! Y en cuanto al cumplimiento: Todos los ‘victimarios’ que no demuestren el respeto apropiado a algún miembro de la clase víctima, es decir, victimarios que sean ‘desagradables’, intolerantes o excluyentes o quien diga cosas ‘desagradables’ o irrespetuosas sobre ellos, ¡debe ser públicamente rechazado, humillado y avergonzado hasta la obediencia!

A primera vista o al escucharlo por primera vez, esta propuesta sobre cómo hacer restituciones puede —como puede esperarse de gente ‘buena’— aparentar, bueno, de buena intención, inofensiva y simplemente ‘buena’. De hecho, sin embargo, es cualquier cosa menos un consejo ‘bueno’ o inofensivo. Es incorrecta y peligroso.

Primero: ¿Por qué alguien debe ser particularmente bueno con alguien más, aparte de respetar los respectivos derechos de propiedad privada de uno en ciertos medios físicos específicos (bienes)? Ser bueno es una acción deliberada y requiere un esfuerzo, como todas las acciones. Hay costos de oportunidad. El mismo esfuerzo también podría ser puesto en otros fines. De hecho, muchas si no la mayoría de nuestras actividades son conducidas en soledad y silencio, sin ninguna interacción directa con otros, como cuando preparamos nuestra comida, manejamos nuestro vehículo, o leemos y escribimos. El tiempo dedicado a ‘ser buenos con otros’ es tiempo perdido para hacer otras cosas posiblemente más valiosas. Además, ser bueno debe estar justificado. ¿Por qué debo ser bueno con las personas que son malas conmigo? La amabilidad debe ser merecida. La amabilidad indiscriminada disminuye y últimamente extingue la distinción entre la conducta meritoria y defectuosa. Demasiada amabilidad se le daría a personas que no la merecen y muy poca a quienes sí y el nivel general de maldad aumentará consecuentemente y la vida pública se volverá cada vez más desagradable.

Además, también hay personas genuinamente malvadas haciendo cosas verdaderamente malas a dueños reales de propiedad privada, principalmente las élites gobernantes a cargo del aparato del Estado, como todo libertario tendría que admitir. ¡Uno ciertamente no tiene ninguna obligación de ser bueno con ellos! Y aun así, al recompensar a la vasta mayoría de ‘víctimas’ con más amor, cuidado y atención, uno logra precisamente esto: menos tiempo y esfuerzo es dedicado a exhibir un comportamiento desagradable sobre aquellos que realmente más lo merecen. El poder del Estado no será debilitado por la ‘amabilidad’ universal, sino que, entonces, será fortalecido.

¿Y por qué particularmente la pequeña minoría de hombres blancos heterosexuales, y en especial sus miembros más exitosos le deben una cantidad extra de amabilidad a la gran mayoría de las personas? ¿Por qué no al revés? Después de todo, la mayoría o si no todas las invenciones técnicas, maquinarias, herramientas y artefactos que se usan actualmente en todas partes y en todo lugar, sobre los cuales nuestros estándares de vida y comodidades en gran medida y significativamente dependen, se originaron con ellos. Todos los demás, por lo general, solo imitaron lo que ellos habían inventado y construido primero. Todos los demás heredaron el conocimiento incorporado en los productos de los inventores gratuitamente. ¿Y no es la típica familia blanca y jerárquica de hogar con padre, madre, sus hijos comunes y futuros herederos, y sus conducta y estilo de vida ‘burgués’ —es decir, todo lo que la izquierda menosprecia y difama— la que es el modelo de organización social económicamente más exitosos que el mundo ha visto, con la mayor acumulación de bienes de capital (riqueza) y los estándares de vida en promedio más altos? ¿Y no es solo a cuenta de los grandes logros económicos de esta minoría de ‘victimarios’ que un número continuamente mayor de ‘víctimas’ podría integrarse y participar de las ventajas de una red mundial de la división del trabajo? ¿Y no es solo a cuenta del éxito del tradicional y burgués modelo de familia blanca que también el llamado ‘estilo de vida alternativo’ pudo en absoluto emerger y sostenerse a lo largo del tiempo? ¿No deben, entonces, la mayoría de las ‘víctimas’ de hoy, literalmente sus vidas y su actual sustento a los logros de sus supuestos ‘victimarios’?

¿Por qué las ‘víctimas’ no le dan respeto especial a sus ‘victimarios’? ¿Por qué no otorgar honor especial a los logros y éxitos económicos en lugar del fracaso, y por qué no dar elogio especial a los estilos de vida y conducta ‘normales’, tradicionales, antes que a cualquier alternativa anormal que requiere, como condición necesaria de su propia y continua existencia, una preexistente sociedad dominante y circundante de personas ‘normales’ con estilos de vida ‘normales’?

Llegaré a las aparentes respuestas a estas preguntas retóricas en un momento. Antes, sin embargo, un segundo error —estratégico— en el consejo de la izquierda libertaria sobre la especial amabilidad hacia las ‘víctimas históricas’ debe ser analizado brevemente.

Curiosamente, los grupos de ‘víctimas’ identificados tanto por libertarios de izquierda como por marxistas culturales difieren poco si lo hacen de los grupos identificados como ‘desfavorecidos’ y también en necesidad de compensación por el Estado. Mientras esto no representa ningún problema para los marxistas culturales y puede ser interpretado como un indicador del grado de control que ya han ganado del aparato estatal, para los libertarios de izquierda esta coincidencia debe ser una causa para la preocupación intelectual. ¿Por qué el Estado perseguiría lo mismo o un fin similar de ‘no discriminación’ de ‘víctimas’ por ‘victimarios’ que ellos, también, quieren lograr, tan solo por medios distintos? Los libertarios de izquierda son típicamente inconscientes de esta pregunta. Y aun así para cualquiera con solo algo de sentido común, la respuesta debería ser evidente.

Para alcanzar el control total sobre cada persona individual, el Estado debe seguir una política de divide et impera. Debe debilitar, socavar y finalmente destruir a todos los otros centros de autoridad rivales. De manera más importante, debe debilitar el hogar familiar tradicional y patriarcal, y especialmente la familia adinerada independiente como centro autónomo de toma de decisiones sembrando y legislando conflictos entre esposas y esposos, hijos y padres, mujeres y hombres, ricos y pobres. Como también, todos los órdenes jerárquicos y rangos de autoridad social, todas las asociaciones exclusivas, y todo apego y lealtad personal —sea este hacia alguna familia, comunidad, etnicidad, tribu, nación, raza, lenguaje, religión, costumbre o tradición en particular— excepto el apego a un Estado determinado qua sujeto-ciudadano y poseedor de pasaporte, debe ser debilitado y en última instancia destruido.

¡Y qué mejor manera de hacer esto que aprobando leyes de antidiscriminación!

En efecto, al prohibir toda discriminación basada en género, orientación sexual, edad, raza, religión, nacionalidad de origen, etc., etc., un gran número de personas son declaradas como ‘víctimas’ certificadas por el Estado. Las leyes de antidiscriminación, entonces, son un llamado oficial a todas las ‘víctimas’ para encontrar culpas y quejarse al Estado sobre sus ‘opresores’ ‘favoritos’, y especialmente los más ricos entre ellos, y sus maquinaciones ‘opresivas’, es decir, su ‘sexismo’, ‘homofobia’, ‘chovinismo’, ‘nativismo’, ‘racismo’, ‘xenofobia’, o cualquier cosa, y para que el Estado responda a tales quejas disminuyendo a los ‘opresores’, es decir, despojándolos sucesivamente de sus propiedades y autoridad y correspondientemente expandiendo y fortaleciendo su propio poder monopolístico frente a una sociedad cada vez más debilitada, fragmentada, fraccionada y deshomogeneizada.

Irónicamente, entonces, y contrario a su meta autoproclamada de querer encoger o incluso eliminar el Estado, los libertarios de izquierda con su peculiar e igualitaria victimología se convierten en cómplices del Estado y contribuyen efectivamente el engrandecimiento de su poder. De hecho, la visión libertaria de izquierda de una sociedad multicultural libre de discriminación es, para usar la frase de Peter Brimelow, viagra para el Estado.

Lo que me lleva a mi tema final.

El papel de los libertarios de izquierda como viagra del Estado se convierte aún más aparente cuando uno considera sus posiciones en la cada vez más virulenta pregunta de la inmigración. Los libertarios de izquierda son típicamente fervientes defensores en particular de una política de inmigración ‘libre y no discriminatoria’. Si ellos critican las políticas inmigratorias del Estado, no es por el hecho de que las restricciones de entrada son las restricciones incorrectas, es decir, que no sirven para proteger los derechos de propiedad de los ciudadanos del país, sino por el hecho de que impone cualquier restricción a la inmigración en absoluto.

¿Pero bajo qué base debería haber derecho a una inmigración sin restricciones y «libre»? Nadie tiene derecho de mudarse a un lugar a menos que haya sido invitado por el ocupador actual. Y si todos los lugares ya están ocupados, toda la inmigración es inmigración por invitación solamente. Un derecho para una inmigración «libre» existe solo para tierras vírgenes, para la frontera abierta.

Solo hay dos formas para llegar a esta conclusión y todavía rescatar la noción de inmigración «libre». Primero se tiene que colocar a todos los ocupantes actuales y ocupaciones bajo sospecha moral. Para este propósito, se le da mucha importancia al hecho de que todas las ocupaciones actuales han sido afectadas por acciones del Estado, guerras y conquistas previas. Y ciertamente, las fronteras estatales han sido dibujadas y redibujadas, las personas han sido desplazadas, deportadas, asesinadas y reasentadas, y los proyectos de infraestructura financiados por el Estado (carreteras, instalaciones de trasporte público, etc., etc.) han afectado el valor y el precio relativo de casi todas las localidades y han alterado el viaje a distancia y el costo entre ellas. Como ya se ha explicado en un contexto ligeramente diferente, sin embargo, de este hecho indisputable no se sigue que cualquier ocupante actual de un lugar tenga un derecho a migrar a cualquier otro lugar (excepto, por supuesto, cuando él es dueño de ese lugar o tiene permiso de su dueño actual). El mundo no le pertenece a todos.

La segunda posible salida es afirmar que toda la propiedad pública —la propiedad controlada por gobiernos locales, regionales o centrales— es similar a una frontera abierta, con acceso libre y sin restricciones. Pero esto es ciertamente erróneo. Del hecho de que la propiedad gubernamental sea ilegítima porque está basada en expropiaciones previas, no se sigue que no tiene poseedor y es libre para todos. Ha sido financiada a través del pago de impuestos locales, regionales, nacionales o federales, y son los que han pagado estos impuestos, entonces, y nadie más, quienes son los legítimos dueños de toda la propiedad pública. Ellos no pueden ejercer su derecho —que ha sido arrogado por el Estado— pero ellos son los dueños legítimos.

En un mundo en donde todos los lugares son poseídos privadamente, el problema de la inmigración desaparece. No existe ningún derecho a la inmigración. Solo existe el derecho a intercambiar, comprar o rentar varios lugares. Pero, ¿qué hay de la migración en el mundo real con propiedad pública administrada por el gobierno local, regional o del Estado central?

Primero: ¿Cómo serían las políticas inmigratorias si el Estado actuara, como supuestamente tiene que hacer, como un síndico de los dueños-contribuyentes de la propiedad pública? ¿Y qué hay de las políticas migratorias si el Estado actuara como el administrador de la propiedad comunitaria poseída y financiada en conjunto por los miembros de la asociación de vivienda o por la comunidad cerrada?

Por lo menos en principio la respuesta es clara. Una pauta de un administrador sobre la inmigración sería el principio de «costo total». Que es, el inmigrante o su residente invitado debe pagar el costo completo del uso del inmigrante de todos los bienes públicos o instalaciones durante su presencia. El costo de la propiedad comunitaria financiada por los residentes contribuyentes no debe aumentar o su calidad caer debido a la presencia de inmigrantes. Al contrario, si es posible, la presencia de un inmigrante debe producir a los residentes-dueños una ganancia, sea en la forma de impuestos o tarifas comunitarias menores o en una calidad más alta de la propiedad comunitaria (y por ende valores de propiedad más altos).

Lo que la aplicación del principio de costo total involucra en detalle depende de las circunstancias históricas, es decir, particularmente de la presión migratoria. Si la presión es baja, la entrada inicial a carreteras públicas puede estar totalmente libre de restricciones a los ‘extranjeros’ y todos los costos asociados con inmigrantes son totalmente absorbidos por residentes domésticos con la expectativa de ganancias domésticas. Toda la discriminación restante sería dejada al dueño residente. (Incidentalmente, esta es prácticamente la situación, como ha sido en el mundo occidental desde la Primera Guerra Mundial). Pero aun así, la misma generosidad no se extendería probablemente al uso hecho por los inmigrantes de hospitales públicos, escuelas, universidades, viviendas, piscinas, parques, etc. La entrada a dichas instalaciones no sería «libre» para los inmigrantes. Al contrario, se cobraría a los inmigrantes un precio más alto por su uso que a los dueños residentes domésticos que han financiado estas instalaciones, para así disminuir la carga de impuestos domésticos. Y si un inmigrante visitante temporal quiere convertirse en un residente permanente, se puede esperar el pago de un precio de admisión, a ser remitido a los dueños actuales como compensación por el uso extra hecho de su propiedad comunitaria.

Por otro lado, si la presión inmigratoria es alta —como lo es actualmente en todo el mundo occidental dominado por hombres blancos heterosexuales— medidas más restrictivas pueden ser empleadas para los mismos propósitos de proteger a los dueños residentes de la propiedad comunitaria y privada. Podría haber controles de identificación no solo en los puestos de entrada, sino también a nivel local, para mantener fuera a criminales conocidos y gentuza indeseable. Y aparte de las restricciones específicas impuestas a los visitantes por parte de dueños residentes individuales sobre el uso de sus variadas propiedades privadas, también podrían existir restricciones de entrada local más generales. Algunas comunidades especialmente atractivas podrían cobrar una tarifa de entrada por cada visitante (a excepción de huéspedes invitados residentes) a ser remitido a los dueños residentes, o requerir algún tipo de código de conducta con respecto a toda la propiedad comunitaria. Y los requisitos para la propiedad y residencia permanentes para algunas comunidades podrían ser altamente restrictivas e involucrar una selección intensiva y un alto precio de admisión, como es todavía el caso de algunas comunidades suizas.

Pero, por supuesto, entonces: esto no es lo que hace el Estado. Las políticas inmigratorias de los Estados que son confrontados con la mayor presión inmigratoria, Estados Unidos y Europa Occidental, tienen poco parecido a las acciones de un síndico. No siguen la regla del principio de costo total. No le dicen al inmigrante esencialmente que «pague o váyase». Al contrario, le dicen «una vez dentro, puedes quedarte y usar no solo todas las carreteras, sino todo tipo de instalación pública y servicio de manera gratuita o a un precio descontado aun si no pagas». Es decir, subsidian a los inmigrantes, o más bien: fuerzan a los contribuyentes domésticos a subsidiarlos. En particular, también subsidian empleadores domésticos que importan trabajadores extranjeros más económicos. Porque tales empleadores pueden externalizar parte del costo total asociado a su empleo —el libre uso que sus empleados extranjeros pueden hacer de la propiedad pública y todas las instalaciones domésticas— sobre los otros contribuyentes domésticos. Y todavía subsidian más aún la inmigración (migración interna) a costa de los gastos de los residentes contribuyentes al prohibir —por medio de leyes antidiscriminatorias— no solo todas las restricciones de entrada internas y locales, sino también cada vez más toda restricción con respecto a la entrada y uso de toda propiedad privada doméstica.

Y para la entrada inicial de inmigrantes, sean visitantes o residentes, los Estados no discriminan sobre la base de características individuales (como un buen síndico haría, y como todo dueño de propiedad privada también con respecto a su propia propiedad), sino sobre la base de grupos o clases de personas, es decir, basado en nacionalidad, etnicidad, etc. No aplican un estándar de admisión uniforme: chequeando la identidad del inmigrante, llevando acabo algún tipo de chequeo sobre su crédito, y posiblemente cobrándole una tarifa de admisión, en vez de eso, permiten la entrada a alguna clase de extranjeros de manera libre, sin el requisito de una visa, como si fuesen residentes de regreso. Así, por ejemplo, todos los rumanos o búlgaros, con independencia de sus características individuales, son libres de migrar a Alemania o a Holanda y quedarse ahí para usar todos los bienes públicos e instalaciones, aun si ellos no pagan y viven a costa de los contribuyentes alemanes u holandeses. De manera similar, para los puertorriqueños respecto a Estados Unidos y los contribuyentes americanos, y también para los mexicanos, a quienes se les permite efectivamente entrar a Estados Unidos ilegalmente, como intrusos no invitados y no identificados. Por otro lado, otras clases de extranjeros son objetos de minuciosas restricciones de visas. Así, por ejemplo, todos los turcos, otra vez, con independencia de sus características individuales, deben pasar por un proceso intimidante para las visas y pueden ser completamente impedidos de viajar a Alemania u Holanda, incluso si han sido invitados y tienen suficiente capital para pagar por todos los costos asociados con su presencia.

Los dueños contribuyentes que residen son, por tanto, dañados dos veces: una al incluir alguna clase de inmigrantes indiscriminadamente aun si ellos no pueden pagar y por otro lado al excluir indiscriminadamente otra clase de inmigrantes aun si ellos pueden pagar.

Sin embargo, los libertarios de izquierda no critican estas políticas inmigratorias como contrarias a esas de un buen síndico de propiedad pública que pertenece en última instancia a los dueños contribuyentes domésticos y privados, es decir, por no aplicar el principio de costo total y por tanto discriminar incorrectamente, sino tan solo por discriminar. Una inmigración libre y no discriminatoria significa para ellos una entrada libre de visa y la residencia permanente disponible para todos, es decir, para cada inmigrante potencial en términos iguales, sin tener en cuenta las características individuales o la capacidad de pagar por el costo completo de la estadía personal. Todos están invitados a quedarse en Alemania, Holanda, Suiza o en Estados Unidos, por ejemplo, y hacer libre uso de todas las instalaciones y servicios públicos domésticos.

A favor de ellos, los libertarios de izquierda reconocen algunas de las consecuencias que esta política tendría en el mundo actual. En ausencia de cualquier restricción interna o local sobre el uso de propiedades y servicios públicos y en cada vez más ausencia de todas las restricciones de entrada con respecto al uso de la propiedad privada doméstica (debido a innumerables leyes antidiscriminatorias), el resultados predecible sería una entrada masiva de inmigrantes del tercer y segundo mundo a Estados Unidos y Europa occidental y el rápido colapso del actual sistema doméstico de ‘bienestar público’. Los impuestos se tendrían que aumentar bruscamente (encogiendo aún más la productividad económica) y la propiedad y los servicios públicos se deteriorarían dramáticamente. Se produciría una crisis financiera de una magnitud sin comparación.

Pero, ¿por qué sería esto una meta deseable para cualquiera que se llame libertario a sí mismo? Ciertamente, el sistema de bienestar público financiado por los contribuyentes debería ser eliminado, de raíz a rama. Pero la crisis inevitable que una política de inmigración «libre» traería no produce este resultado. Al contrario: las crisis, como todo aquel vagamente familiarizado con la historia sabría, son típicamente usadas y frecuentemente fabricadas de manera intencional por los Estados para incrementar aún más su propio poder. Y seguramente la crisis producida por una política de inmigración «libre» sería una extraordinaria.

Lo que los libertarios de izquierda típicamente ignoran en su despreocupada o hasta compasiva consideración de las crisis predecibles es el hecho de que los inmigrantes que causaron el colapso todavía están físicamente presentes cuando ocurren. Para los libertarios de izquierda, debido a sus concepciones igualitaristas, este hecho no implica un problema. Para ellos, todas las personas son más o menos iguales y, por lo tanto, un incremento en el número de inmigrantes no tiene más impacto que el incremento de la población doméstica por medio de un más alto porcentaje de natalidad. Sin embargo, para todo realista social, ciertamente para cualquiera con algo de sentido común, esta premisa es patentemente falsa y potencialmente peligrosa. Un millón o más de nigerianos o árabes viviendo en Alemania o un millón más de mejicanos o hutus o tutsis residiendo en Estados Unidos es una cosa bastante diferente a un millón de alemanes o americanos que crecieron en casa. Con un tercio de millón de inmigrantes de tercer y segundo mundo presentes cuando la crisis golpee y los cheques dejen de llegar, es poco probable que de ello resulte alguna consecuencia pacífica y que emerja un orden social natural basado en la propiedad privada. Más bien, es mucho más probable y efectivamente casi cierto que guerras civiles, saqueo, vandalismo, y guerras entre bandas tribales o étnicas estalle en su lugar; y el llamado por el Estado del hombre fuerte se volverá cada vez más inequívoco.

¿Por qué, entonces, uno podría preguntar, no adopta el Estado la política libertaria de inmigración «libre» y aprovecha la oportunidad ofrecida por la crisis predecible para fortalecerse más en su propio poder? A través de sus políticas internas antidiscriminatorias y también de sus políticas inmigratorias actuales, el Estado ya ha hecho mucho para fragmentar la población doméstica y así incrementar su propio poder. Una política de «inmigración libre» añadiría otra enorme dosis de «multiculturalismo» no discriminatorio. Fortalecería aún más la tendencia hacia la deshomogenización, división y fragmentación, y debilitaría aún más el orden social tradicional dominado por hombres blancos heterosexuales ‘burgueses’ y la cultura asociada con «Occidente».

No obstante, la respuesta a ‘¿por qué no?’ parece simple. En contraste a los libertarios de izquierda, las élites gobernantes son todavía lo suficientemente realistas como para reconocer que detrás de grandes oportunidades para el crecimiento estatal, la crisis predecible también acarrearía un riesgo incalculable y podría llevar a una convulsión social de tal proporción que ellos mismos serían barridos fuera del poder y reemplazados por otra élite ‘extranjera’. En consecuencia, las élites gobernantes proceden solo gradualmente, paso a paso, en su propio camino a un «multiculturalismo no discriminatorio». Y todavía ellos están felices sobre la propaganda de la izquierda libertaria de una «inmigración libre», porque ayuda al Estado a no solo mantenerse en su presente curso de divide et impera, sino también a proceder a un paso acelerado.

Contrario a sus propios pronunciamientos y pretensiones antiestatistas, entonces, la peculiar victimología de la izquierda libertaria y su demanda por bondad indiscriminada e inclusiva frente a la larga y familiar lista de «víctimas» históricas, incluyendo en particular también a todos los extranjeros potencialmente inmigrantes, resulta ser en realidad una receta para un mayor crecimiento del poder estatal. Los marxistas culturales saben esto, y esa es la razón por la que adoptaron la misma victimología. Los libertarios de izquierda aparentemente no saben esto y son así los idiotas útiles de los marxistas culturales en su marcha a un control social totalitario.

Déjenme llegar a una conclusión y regresar al libertarismo y al asunto de la izquierda y la derecha; y de este modo también a la respuesta de mi pregunta retórica más temprana sobre la victimología peculiar izquierdista y su significado.

No puedes ser un libertario de izquierda consistente, porque la doctrina de los libertarios de izquierda, aun si no es intencional, promueve el estatismo, es decir, fines antilibertarios. De esto, muchos libertarios han llegado a la conclusión de que el libertarismo no es de derecha o de izquierda. Que es sólo un libertarismo «ligero». Yo no acepto esta conclusión. Tampoco, aparentemente, lo hizo Murray Rothbard cuando terminó la cita presentada inicialmente diciendo: «pero psicológicamente, sociológicamente, y en la práctica, simplemente no funciona de esa forma». Ciertamente, yo me considero un libertario de derecha —o, si eso puede sonar más atractivo, un libertario realista o de sentido común— y uno consistente en ello.

Es cierto, la doctrina libertaria es puramente teoría apriorística y deductiva y como tal no dice o implica nada sobre las afirmaciones rivales de la derecha y la izquierda sobre la existencia, el grado y las causas de las desigualdades humanas. Eso es un asunto empírico. Pero sobre este asunto la izquierda resulta ser en gran parte poco realista, errada y vacía de sentido común, mientras que la derecha es realista y sensata y está esencialmente en lo correcto. En consecuencia, puede que no haya nada malo con aplicar una teoría apriorística correcta de cómo la cooperación humana pacífica es posible a una descripción del mundo realista, es decir, fundamentalmente derechista. Ya que solo en base a una presunción empírica correcta sobre el hombre es posible llegar a la evaluación correcta en cuanto a la implementación práctica y la sostenibilidad de un orden social libertario.

Realistamente, entonces, un libertario de derecha no solo reconoce que las habilidades físicas y mentales están distribuidas desigualmente alrededor de los diferentes individuos dentro de cada sociedad y que en consecuencia cada sociedad será caracterizada por innumerables desigualdades, por la estratificación social y una multitud de órdenes de rango de logros y autoridad. También reconoce que tales habilidades están distribuidas de manera desigual alrededor de las muchas diferentes sociedades coexistiendo en el planeta y que consecuentemente también el mundo como un todo será caracterizado por desigualdades regionales y locales, disparidades, estratificación y orden de rangos. Como con los individuos, tampoco todas las sociedades son iguales o están una con la otra a la par. Él nota además que alrededor de estas habilidades distribuidas desigualmente, tanto dentro de cualquier sociedad dada como entre diferentes sociedades, está también la habilidad mental de reconocer los requerimientos y beneficios de la cooperación pacífica. Y nota que la conducta de varios Estados regionales o locales y sus respectivas élites de poder que han emergido de diferentes sociedades pueden servir como un buen indicador para los diferentes grados de desviación del reconocimiento de los principios libertarios en tales sociedades.

Más específicamente, él nota de manera realista que el libertarismo, como sistema intelectual, fue desarrollado por primera vez y más elaborado en el mundo occidental, por parte de hombres blancos, en sociedades dominadas por los mismos. Que es en sociedades blancas dominadas por hombres heterosexuales, donde la adhesión a los principios libertarios es la más grande y las desviaciones de ellas son las menos severas (como es indicado por políticas estatales comparativamente menos malvadas y extorsionistas). Que son los hombres blancos heterosexuales, quienes han demostrado el mayor ingenio, industria y proeza económica. Y que son las sociedades dominadas por hombres blancos heterosexuales, y en particular por los más exitosos entre ellos, las que han producido y acumulado la mayor cantidad de bienes de capital y han logrado el más alto promedio de estándares de vida.

A la luz de esto, como un libertario de derecha, yo, por supuesto, le diría primero a mis hijos y estudiantes: siempre respeta y no invadas los derechos de propiedad privada de otros y reconoce al Estado como un enemigo y ciertamente la propia antítesis de la propiedad privada. Pero no lo dejaría ahí. No diría (o implicaría silenciosamente) que una vez que hayas satisfecho estos requisitos «todo vale». ¡Que es prácticamente lo que los libertarios ‘ligeros’ parecen estar diciendo! No sería un relativista cultural como la mayoría de los libertarios «ligeros» son al menos implícitamente. En lugar de eso, añadiría (como mínimo): sé y haz lo que te haga feliz, pero siempre mantén en mente que mientras seas una parte integral de la división de trabajo mundial, tu existencia y bienestar depende decisivamente en la continua existencia de otros, y especialmente en la existencia continua de sociedades dominadas por hombres blancos heterosexuales, sus estructuras familiares patriarcales, y su estilo de vida y conducta burguesas o aristocráticas. Por tanto, aún si no quieres tener algún papel en eso, reconoce que eres no obstante un beneficiario de este modelo estándar «occidental» de organización y, entonces, para tu propio bien, no hagas nada para socavarlo, sino apóyalo como algo que debe ser respetado y protegido.

Y a la larga lista de ‘víctimas’ les diría: haz tu propia cosa, vive tu propia vida, mientras lo hagas pacíficamente y sin invadir los derechos de propiedad de otros. En la medida en que estés integrado en la división de trabajo internacional, no le deberás restitución a nadie, ni tampoco nadie te deberá restitución alguna. Tu coexistencia con tus supuestos ‘victimarios’ es mutuamente beneficiosa. Pero ten en cuenta que mientras los ‘victimarios’ pueden vivir y existir sin ti, lo contrario no es verdad. La desaparición de los ‘victimarios’ solo arriesgaría tu existencia misma. Por lo tanto, aun si no quieres modelarte con los ejemplos proporcionados por la cultura del hombre blanco, sé consciente que es solo a cuenta de la continua existencia de este modelo que todas las culturas alternativas pueden ser sostenidas a los estándares de vida presentes y que con la desaparición de este modelo «occidental» como un Leitkultur globalmente efectivo, la existencia de muchos, si no de todos tus compañeros ‘víctimas’, estaría en peligro.

Eso no significa que tú no debas ser crítico con el mundo «occidental» dominado por hombres blancos. Después de todo, incluso estas sociedades que siguen más de cerca este modelo también tienen varios Estados y son responsables por reprensibles actos de agresión no solo en contra de sus dueños domésticos de propiedades, sino también en contra de extranjeros. Pero tampoco donde vives ni en ningún otro lugar debe confundirse el Estado con «el pueblo». No es el Estado «occidental», sino el estilo de vida y la conducta «tradicional» (normal, estándar, etc.) del «pueblo» occidental, que está bajo un ataque cada vez más pesado por parte de sus «propios» gobernantes estatales en camino hacia el control social totalitario, el que merece tu respeto y del cual eres un beneficiario.


Traducido originalmente del inglés por Pedro García. Revisado y corregido por Oscar Eduardo Grau Rotela. El material original se encuentra aquí.


Notas

[1] Mi énfasis. Murray Rothbard, «Big-Government Libertarians», en: Llewellyn Rockwell, ed., The Irrepressible Rothbard (Auburn, AL: Instituto Ludwig von Mises, 2000), p. 101.

[2] Murray N. Rothbard, «Egalitarianism and the Elites», Review of Austrian Economics, 8, número 2, 1995, p. 45.

[3] Murray Rothbard los ha listado: «académicos, moldeadores de opiniones, periodistas, escritores, élites de los medios, trabajadores sociales, burócratas, consejeros, psicólogos, consultantes personales, y especialmente para el siempre creciente nuevo grupo igualitarista, un auténtico ejército de ‘terapeutas’ y entrenadores de la sensibilidad. Además, por supuesto, los ideólogos e investigadores que sueñan y descubren nuevos grupos que necesitan ser igualados». (Ibíd., p. 51).

[4] En cuanto a los que hoy en día son denominados libertarios que han de ser considerados como izquierdistas, hay una prueba decisiva: la posición tomada durante las recientes primarias presidenciales sobre Dr. Ron Paul, quien fácilmente es el más puro de los libertarios que haya ganado alguna vez atención y reconocimiento nacional y hasta internacional. Libertarios Beltway alrededor de Cato, George Mason, Reason, y varios otros con trajes del ‘Kochtopus’ descartaron a Ron Paul o hasta le atacaron por su «racismo» y falta de «sensibilidad» social y «tolerancia», es decir, en resumen: por ser un honrado «burgués de derecha», llevando una vida personal y profesional ejemplar.

[5] Rothbard, «Egalitarianism and the Elites», p. 102.

[6] Sobre este tema, véase Hans-Hermann Hoppe, «Of Private, Common and Public Property and the Rationale for Total Privatization», Libertarian Papers, Vol. 3, número 1, 2011. http://libertarianpapers.org/articles/2011/lp-3-1. PDF.

[7] De manera característica, esta transformación cautelosa del libertarismo a socialistas de closet a través de la confusa noción de ‘derechos civiles’, ya ha sido identificada décadas atrás por Murray Rothbard. Para citarlo:

A lo largo del movimiento oficial libertario [de libertarios de izquierda], los «derechos civiles» han sido adoptados sin cuestionamientos, anulando completamente los derechos genuinos de propiedad privada. En algunos casos, la adopción de un «derecho a no ser discriminado» ha sido explícito. En otros, cuando los libertarios quieren encasillar sus nuevos descubrimientos con sus viejos principios, y no tienen aversión a la sofistería y hasta la absurdez, ellos toman el camino más furtivo marcado por las Unión Americana de Libertades Civiles: Eso si debe haber tanto como una pizca de gobierno involucrado, sea en uso de las calles públicas o de un poco del fondo de los contribuyentes, entonces el denominado «derecho» de «acceso equitativo» debe anular la propiedad privada o ciertamente cualquier forma de buen juicio. Rothbard, «Egalitarianism and the Elites», pp. 102-03.